domingo, 14 de enero de 2018

Me conformo con poco





La columna de Javier Marías hoy en El País, “Gratitud cada vez más tenue”, me ha hecho pensar. Noto en el trabajo de Marías un poso de amargura. Dice Marías llevar tiempo observando cómo ha cambiado la noción de agradecimiento. Y pone algunos ejemplos personales. “Parece como si los favores no contaran -señala- a menos que se prolonguen indefinidamente”. Y pone el ejemplo de Puigemont. “Miren lo que le pasó a Puigdemont –cuenta- el día en que iba a renunciar a la DUI y a convocar elecciones. Quienes llevaban dos años jaleándolo y teniéndole gratitud se revolvieron al instante y lo llamaron traidor porque ya no hacía lo que ellos querían. Cuanto había hecho con anterioridad se había esfumado. Tanto pánico le dio que acabó por incurrir en la mayor sandez (bueno, una más de las suyas), y ahí lo tienen, con la chaveta perdida en Bruselas”. Yo podría contar, también, algún particular caso de desagradecimiento. Pero, ¿para qué serviría? Con los años, uno se va dando cuenta de que no ofende el que quiere sino el que puede. Sí, me sabe mal, por ejemplo, que aun amigo al que siempre habíamos atendido en casa con multitud de atenciones, no se acordase de nosotros el día en el que le tocaron diez millones de pesetas en la lotería. No entienda el lector que estaba esperando un regalo importante como contrapartida a tales atenciones. Ni mucho menos. Pero sí me hubiera gustado, no sé a mi mujer, que ese amigo favorecido por la suerte hubiese tenido el detalle de invitarnos a comer aunque fuese un menú sencillo en un restaurante corriente, sin muchas pretensiones. ¡Qué menos! Si les digo la verdad, como le sucede también a Marías, nunca dejaré de hacer favores si están en mi mano. Como al ilustre escritor, tampoco espero que me los devuelvan. Pero, como le sucede también a él, sí que me den las gracias, cosa que tampoco sucede.

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