Los negocios piramidales no son lo que parecen. Los esquemas
Fonsi funcionan mientras existan
muchos participantes sin ganancias ni beneficios. Lo que está haciendo el
Gobierno con las pensiones es algo parecido. Se necesita la aportación de
varios trabajadores en activo para poder pagar a un pensionista. Pero cuando el
trabajador esté en tiempo de jubilarse no sabe si aquellas aportaciones que en
su día le fueron descontadas de su nómina servirán para que éste cobre su
pensión. Aquí se da aquello de ¡tonto el último! Con el dinero pasa algo
parecido. Lo definía bien Julio Camba:
Un señor entra en una tienda de comestibles, hace un gasto de veinte duros y
paga con un hermoso billete. Aquel billete le sirve luego al tendero paras cenar
en compañía de su mujer, y al día siguiente aparece en la taquilla de un
teatro, donde el dueño del restaurante ha adquirido un palco para llevar a su
familia. Pasan días y el billete sigue corriendo. El hombre del teatro se lo da
a un médico en pago a una consulta, el médico lo deja en una librería, el
librero compra con él un par de corbatas, etc., etc. Hasta que, en una de
éstas, un inteligente examina el billete con detenimiento y, devolviéndoselo a
la persona que se lo ha entregado, exclama: ‘Este billete es falso’. Y el
círculo mágico queda roto para siempre”. El perdedor, como en el caso de los
pensionistas, fue el último en poseerlo. En el caso de las pensiones, una vez
conocidos los caprichos de los sucesivos gobiernos, al margen de unos Pactos de
Toledo que se suelen saltar a la torera, tal situación se convierte en alegal y
no tipificada. Pero el trabajador en activo no tiene elección, pese a ser
sabedor de que en su vejez pasará hambre por la progresiva pérdida de su poder
adquisitivo. Digámoslo claro: el sistema de pensiones de la Seguridad Social
está en quiebra. Y se están haciendo quiebras parciales (negando pensión a los que hayas contribuido menos de
15 años, recortando a viudas…) en un vano intento de negar la evidencia. La Seguridad Social
es como aquel perro enfermo del rabo al que su dueño, en ese caso el Estado, le
cortaba cada poco tiempo una rodaja, alargando el sufrimiento del animal. El
dinero falso, al menos, al que hace referencia Camba, sirvió para comprar
comestibles, para comer en un restorán, para asistir al teatro, para pagar a un
médico, para adquirir un libro, para comprar dos corbatas…, hasta romperse
aquel círculo mágico. El dinero aportado por el trabajador, en cambio, no se
sabe dónde termina. Posiblemente en gastos suntuarios de difícil justificación.
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