Jorge M. Reverte
dice en El País: “Mala España esta.
¿Cómo se puede preguntar todavía si alguien tiene derecho a enterrar bien a
quien fue mal enterrado? Y lo pregunta casi siempre gente que va a la iglesia”.
Se ha marchado noviembre y ya tenemos otro político histórico para recordar en
tiempos de nublados, además de Franco
y de Primo de Rivera, o sea, Fidel Castro, que se ha convertido en
un fósil en forma de fosfatos. Y ahora lo llevan de aquí para allá, de La Habana a Santiago, como antaño
hicieron con el cadáver del Ausente,
desde Alicante hasta El Escorial, a pie, pasando por todos los pueblos,
levantando brazos a la romana y cantando el Cara
al Sol como si fuese la canción del verano en un otoño brumoso y
esperpéntico. Cuatrocientas antorchas iluminaron el camino aquellos 9 días de
noviembre del 39 entre callejuelas repletas de banderolas, crespones,
estandartes, entre ruidos de tambores, arengas, misas y disciplinados homenajes:
Aravaca, las Rozas, Galapagar… Por fin, en la Casita del Príncipe recibía el féretro el
secretario general del Movimiento, Agustín
Muñoz Grandes.Y el cadáver del Ausente era entregado al prior de los
agustinos en el mismo lugar donde años antes había estudiado Manuel Azaña. Franco, con boina roja y
camisa azul recibió el ataúd a la entrada del Monasterio. Y en marzo del 59
vuelta a empezar, con el traslado de los restos hasta Cuelgamuros. Castro era
un difunto emérito. Y a sus funerales acudió un rey de España, también emérito.
Como señala Juan José Millás en ese
mismo diario, “la ventaja de disponer de un rey emérito es que te permite
jerarquizar los entierros. El de Fidel, a todas luces, y desde el punto de
vista de la diplomacia española, es de segunda. Y luego dicen que la muerte nos
iguala a todos. Otra mentira”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario