En un interesante artículo, José María Noguerol, en El
Correo de Zamora, hace referencia a los viejos trenes y a los jefes de
estación, que con su gorra roja imponían respeto y daban seguridad a los
viajeros. La gente de los pueblos donde había estación de ferrocarril siempre
se dirigía a ellos llamándoles con el “don” por delante, como al médico, al
maestro, al veterinario y al cura. No cabe duda de que aquella maniobra de
ponerse firmes en el andén con el banderín cerrado para que los convoyes pasasen
de largo, si era de día, o con el farol con cristal verde, si era de noche, era
todo un rito que no requería de latines ni gorigoris aunque sí de mucha responsabilidad,
sobre todo cuando los trenes rodaban por vía única sin electrificar. El factor de circulación,
en cambio, tenía apeado el “don”, era más rocero con los viajeros a los que les
expendía billete de cartón marrón en la taquilla, solía cultivar un pequeño
huerto cerca de la estación y llevaba el quepis azul, o sea, sin el forro de
tapete rojo incrustado. José María Noguerol, al hacer
referencia a los últimos adelantos de una época pretérita, es decir al Taf, señala que “eran trenes plateados e
italianos en los que se comían huevos duros y las familias intercambiaban
bebidas y chascarrillos porque no había departamentos”. A los Taf siguieron los Ter, azules y rápidos. Pero el Talgo,
tren articulado con vagones de aluminio más cortos, con el centro de gravedad
más bajo y con ruedas compartidas cada
dos coches, revolucionó el mundo del ferrocarril. El 2 de marzo de 1950, con la presencia de Franco y diversos ministros, partió oficialmente el
primer Talgo (el que incluyo en la
fotografía) desde Madrid hacia Valladolid. Ese mismo año, el 14
de julio, se abrió la línea de Talgo
entre Madrid e Irún. Yo, siendo niño, tuve ocasión de ver pasar el primer Talgo, Madrid-Barcelona a toda velocidad
cerca de Calatayud. Poco antes, un
vecino de escalera, tal vez confundiendo ser niño con ser tonto, me había
metido en la cabeza que, cuando pasase el primer Talgo, el maquinista lanzaría caramelos a los niños. Pero no fue
así. Aquel día descubrí que el Talgo
no era una especie de cabalgata de los Reyes Magos sino un tren tirado por una
locomotora con nombre de virgen que circulaba
sobre la vía como una centella.
Fue visto y no visto, como mi infancia de niño de pantalón corto que no
volverá.
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