Yo no pongo en duda que el cardo, del que son tan
aficionados en Aragón y en Navarra por estas fechas, tenga efectos depurativos,
vaya bien para el hígado y mejore las digestiones. Pero a mí no me gusta su sabor. Menos
aún para comerlo el día de Navidad. Además, lleva tiempo en su limpieza y en su
cocción. A mí, en fechas señaladas, lo que me apetece es una contundente sopa de
pescado y un pedazo tirando a pequeño de paletilla de
ternasco al horno con guarnición de patatas panadera, acompañado de una
escarola con ajos picados y aderezada con sal, aceite de oliva y vinagre de
Jerez. Y para beber, un rioja tinto de uva tempranillo que esté moderadamente frío. No hace falta
que sea muy caro. No bebo cavas ni como turrones. Y de postre prefiero una
pieza de fruta, a ser posible naranja, o una rodaja de piña.
Lo que me gusta, por encima de las comidas, son las sobremesas cuando los contertulios tienen sentido del humor, no levantan la voz y saben estar, al tiempo que saboreo una taza de café
como le gustaba al príncipe Talleyrand,
ministro de Exteriores de Bonaparte:
“negro como el diablo, caliente como el infierno, puro como un ángel y suave
como el amor”. Por supuesto, sin azúcar. Hay que ahorrar recursos.
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