El hecho de que se hayan
encontrado tres granadas de mano tipo tonelete en el término de Zuera (Zaragoza) procedentes de la Guerra Civil pone de manifiesto
que todavía, además de cadáveres en las cunetas, podemos morir “en diferido” (palabra que tanto le gusta a la actual ministra de Defensa) si
tropezamos con uno de esos artefactos y explosiona. Han pasado ya demasiados
años desde la última contienda y no terminan de cerrarse las viejas heridas.
Pero, claro, las bombas de mano pueden ser neutralizadas por los expertos. Es
cuestión de conectar con el Gedex de la Guardia Civil, que las recoja y
que las desactive, como ahora se ha hecho. Lo de los cadáveres en las cunetas
es distinto. Hacen falta pico, pala y la dotación económica necesaria para
darle sentido a la Ley de la Memoria Histórica
impulsada por Rodríguez Zapatero. Pero
el Gobierno que preside Mariano Rajoy
no está por la labor. De hecho, en 2011 los Presupuestos Generales del Estado
dedicaron una partida de 6.253.850 euros al cumplimiento de esa ley, pero con
la llegada del PP se cancelaron todas las ayudas. Así, en 2012 hubo una
reducción del 60% y un año más tarde las ayudas desaparecieron por completo. Sin
embargo, se creó una partida de 300.000 euros para la rehabilitación del
faraónico Valle de los Caídos. Todo sea por el turismo. No hay que olvidar que
ese monumento, construido por prisioneros de guerra, estuvo a punto de cerrarse
en 2009. De hecho, permaneció cerrado al público en diferentes fases en un
periodo de tiempo no inferior a los 33 meses, llegando a su cierre total en
noviembre de 2010, cuando se mantuvo clausurado tanto al culto católico como al
turismo y aquel cierre supuso a Patrimonio Nacional la perdida de más de dos
millones de euros en taquilla. A mi
entender, esa barca de Caronte
varada en Cuelgamuros, en plena la sierra de Guadarrama, encierra demasiado
sufrimiento comprimido y el cadáver de un sátrapa que no murió en la sierra de
Pándols junto a los componentes de la
Quinta del biberón sino anciano y en la cama
de un hospital.
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