En la prensa madrileña ya se anuncian los previstos fastos
para conmemorar el cuadringentésimo aniversario de la Plaza Mayor. En el centro de la Plaza ser alza una estatua
ecuestre de Felipe III. Si se mira
con atención la boca del caballo, fundido en Florencia por Juan de Bolonia y finalizada por Pietro Tacca, está soldada. En 1931, con motivo de la proclamación
de la Segunda República,
un energúmeno metió un petardo de gran potencia con la mecha encendida en el
interior de la boca y reventó el vientre de la estatua. El suelo se llenó de
pequeños huesos de pájaros y todos los presentes pudieron darse cuenta de que
la tripa del caballo había sido durante siglos una trampa mortal para
gorriones. Éstos entraban por fina ranura y no podían salir, quedando atrapados
para siempre. La longitud de sus alas les impedía salir por donde habían
entrado. Al iniciarse los trabajos de restauración, a cargo del escultor Juan Cristóbal (autor, entre otros
muchos trabajos de la estatua del Cid
Campeador a caballo, en Burgos, y del monumento a Julio Romero de Torres, en Córdoba), fue cuando se selló con
soldadura la boca del equino. No hay mal que por bien no venga.
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