Decía Jardiel Poncela
que hay restaurantes donde es tan frecuente dar gato por liebre que para cazar
ratones tienen conejos amaestrados. Si les digo la verdad, viendo en televisión
el programa del chef Alberto Chicote, donde éste acude a
restaurantes infames y enseña al espectador cocinas llenas de mugre en un
intento, no sé si vano, de mejorarlos,
se me quitan las ganas de salir a comer fuera de casa. No todo vale. Hoy a
cualquier cosa le llaman restaurante por el hecho de dar de comer. Y no es así.
Todo el árbol es madera, pero el pino no es caoba. Lo mejor es practicar en
casa, ponerse el mandil, también vale el de las tenidas masónicas, y desempolvar
los viejos libros culinarios. Se puede intentar hacer, e invito a ello, algo
muy sencillo con el que el triunfo está asegurado. Pero como nadie te lo
premiará, te puedes colocar en la solapa un ramito de perejil a modo de medalla
de Sufrimientos por la
Patria. A veces hasta te quemas. Se trata de cocinar unos
plátanos con abrigo de plata. ¡Toma ya! Se pelan, se envuelve cada uno de ellos
en papel de aluminio (siempre por el lado pulido) con un poco de mantequilla,
una cucharada de mermelada (mejor de albaricoque o melocotón) y una pizca de
vainilla. Se ponen sobre una bandeja y se hornean a 220 grados hasta que se
hinchan. Entonces, se sacan del horno, se les quita su envoltura, se
espolvorean con azúcar glass y se dejan enfriar. El secreto de la comida
consiste en hacerla sencilla y poner amor en lo que haces. “Mi querer y tu
querer / son dos quereres en uno; / y siempre estamos riñendo / por si es mío o
por si es tuyo”. Eso lo escribió Augusto
Ferrán, hijo de aragonesa. Su madre, Rosa
Forniés era de Pallaruelo de Monegros, cerca de Sariñena.
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