En las oficinas de Farmacia de principios del siglo XX se
vendían pequeñas botellas de agua mineral que, en ocasiones, en nada
contribuían a mejorar la salud de los parroquianos que las adquirían. Tal es el
caso de algunas boticas zaragozanas que vendían en pequeños frascos aguas
“milagrosas” con concentración de diversas sales que parecía que aliviaban
algunos problemas intestinales, aunque su eficacia nunca quedó demostrada. Sin
embargo, existe un trabajo, “Fuentes
curativas de Zaragoza. Naturaleza mágica” (Medicina naturista, 2008.Vol.2, nº 2:110-114) publicado por los
periodistas Francisco Iturbe Gracia y Ángel
Ruiz Solans, donde se hace referencia a siete manantiales en las cercanías
de Zaragoza que han ido quedando en el olvido. Esos manantiales son: Fuente de la Junquera, Agua Fita Santa
Fe, Fuente de la Teja,
Fuente de la Salud,
Salada de Mediana, Fuente del Berro (prácticamente seca) y Pozo de San Miguel.
Aquel trabajo periodístico de cinco páginas (supongo que hecho por encargo),
formaba parte de un libro que se publicó en 2008 bajo el auspicio del
Ayuntamiento de Zaragoza por medio del Centro de Documentación del Agua, como
adelanto a unos fastos, por desgracia mayores que la eficacia, de la Exposición
Internacional sobre
Agua y Desarrollo Sostenible que iba a tener lugar pocos meses más
tarde. Y todos los manantiales citados tenían en su entorno, sobre el papel,
unos valores culturales de cierta relevancia, posibilidades de reutilización
técnicamente sencillas y unas propiedades medicinales semejantes al bálsamo de
Fierabrás. Hoy, ocho años más tarde, nadie recuerda la mascota Fluvi ni de las fuentes con “milagrosas”
aguas. La idea era que Aragón pudiese convertirse en un importante destino
turístico. Pero nos miró el tuerto y al día siguiente a la clausura de la Exposición Internacional,
el 15 de septiembre de 2008, Lehman
Brothers anunciaba su quiebra. Por si fuese poco, en España se desinflaba la burbuja del ladrillo. Esta embarazosa situación desembocó en una crisis
financiera y un desempleo que todavía estamos sufriendo. Y lo peor de todo: la Expo dejó un agujero
millonario. Ocho años más tarde sigue
viva la imagen del despilfarro, la ruina y la mala planificación.
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