El colmo de los despropósitos lo acabo de leer hoy en El Periódico de Aragón. Cito
textualmente: “Una obra faraónica para Otero de Sanabria, una pedanía zamorana
de apenas 26 habitantes. Una aldea sin supermercado, ni farmacia, ni centro de
asistencia primaria, pero que tendrá su ubicación en el mapa de la alta
velocidad de España con la futura construcción de una estación de la línea que conectará Zamora con Ourense”. Esos lugares, cercanos al paraje triste de Ribadelago (recuerden la rotura de la presa de Vega de Tera el 9 de enero de 1959), inspiraron a
Unamuno su novela San Manuel Bueno,
mártir. A mi entender, habría que pedir una explicación a la que hasta hace
poco fuese Ministra de Fomento, Ana
Pastor, de Cubillos de nación, en la Tierra del Pan, para poder entender la decisión
de que pare un tren de Alta Velocidad en
una aldea con muy pocos habitantes y casi todos ancianos. Otero de Sanabria, perteneciente al municipio de Palacios de
Sanabria, no dice mucho al visitante salvo que a pocos kilómetros se encuentra
el Parque Natural del Lago de Sanabria,
el Espacio Natural de la Sierra
de la Culebra
y los embalses de Cernadilla y de Valparaíso. Recuerdo al lector el fiasco del
Aeropuerto de Huesca, la oveja negra de AENA, inaugurado en 2006 con una
inversión de 40 millones de euros y ocho viajeros al mes; o el de Albacete, o
el de Castellón… Pero, claro, lo de Otero de Sanabria viene a ser como si el
AVE Madrid-Barcelona tuviese parada obligatoria en las cercanías de Castejón de
las Armas, por la proximidad de ese pueblo zaragozano con el Monasterio de
Piedra, o por hallarse en el Camino del Cid, o porque en su castillo (del que
sólo quedan ruinas) pasó una noche el rey Fernando
II y fue armado ante la imagen de la Virgen del Cerro. Por estos pagos ya estamos
acostumbrados a que las estaciones de los trenes de Alta Velocidad tengan
paradas inexplicables en cerros y páramos. Verbigracia: la estación de
Tarragona, que está situada en medio de la nada o, mejor dicho, casi en el
mismo emplazamiento de la antigua estación de RENFE de La Secuita-Perafort,
de la línea Reus-Roda de Bará, clausurada en los años 90; o la de Guadalajara,
que se hizo, ¡oh, casualidad! en unos terrenos que eran propiedad del conde de Bornos, o de El Arverjal, S.L, que igual me da decir leche que caldo de
teta, y que se enriqueció con la recalificación y venta de sus terrenos para
urbanizar la Ciudad Valdeluz, donde se
creó el apeadero de Guadalajara-Yebes, a ocho kilómetros de distancia de la
capital, que sólo recibe 70 viajeros al día. Esa sociedad limitada, para el que
no lo sepa, era de Teresa Micaela Valdés
Ozores e hijos, tía y primos del conde de Bornos, marido de Esperanza Aguirre.
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