Se acerca la
Nochebuena, los clientes se apiñan en los mostradores de los
mercados en busca de pitanza para una velada especial, y los tenderos
aprovechan la coyuntura favorable para subir los precios de los artículos que
ponen al alcance de la vista. Contaba Manuel
Martín Ferrand que los españoles hemos pasado mucha hambre. Observe el
lector que pongo “hambre” en femenino.
El latín, la lengua de donde procede el término vulgar famen, variante de la forma clásica fames, era neutro y admite por tanto el masculino como el femenino,
como la mar, la puente o la calor. Dice una copla: Una vez que disfrutaban / el
Ebro le dijo a la mar: / yo he pasao
por Zaragoza / y tú nunca pasarás. Pero volviendo a la vereda de lo que
pretendía exponer y atajando por la puente, que está seco, decía que contaba
Manuel Martín Ferrand que los españoles hemos pasado mucha hambre. “Nos hemos
conformado -¡qué remedio!- con unas gachas de almorta que producían latirismo,
una especie de parálisis, y nos hemos comido todas las bellotas del campo. La
sopa de pan con un vestigio de tocino era un lujo para nuestros antepasados. De
hecho, hasta entrado el siglo pasado, comer, y hacerlo a diario, era cosa de
los poderosos. Y no de todos”. ¿Quién no recuerda las viñetas de Carpanta? Josep Escobar (Barcelona, 1908-1994), su dibujante, había sido
empleado de Correos y depurado y
encarcelado al término de la Guerra Civil.
Fichado por la Editorial Bruguera, también
hizo cine de animación. Ganó un premio en el Festival de Venecia en 1950. La figura de Carpanta, que en sus
viñetas llegó a comer pollos de cartón y frutas de plástico, apareció por
primera vez en el semanario “Pulgarcito”,
en 1947, con las secuencias disparatadas de “Trece
a la mesa”. El argumento era el siguiente: en una cena selecta se reúnen
trece invitados. A la señora de la casa le horroriza el número 13 y da por
hecho que ocurrirá alguna desgracia. Para tratar de evitarla, ordena a su
mayordomo que busque a alguien para sumar catorce comensales y eliminar el mal
fario de la fatídica cifra. El sirviente aprovechará la visita de un mendigo
que llama a la puerta y le invitará a cenar. Ese mendigo, que no tendrá nombre
durante toda la historieta, se convertirá en Carpanta. El mayordomo, para que no desentone entre los
demás asistentes, le entregará una levita negra, una camisa blanca y la
pajarita que sustituirán a sus andrajosas ropas. Los tiempos cambian y lo que
ahora se hace en algunos pueblos como un acto folclórico, pongamos por caso la
matanza del cerdo, antes era una necesidad familiar en su intento desesperado
de achicar la penuria. En su día, los jerifaltes del régimen impuesto por Franco, pretendieron que no apareciesen
en los quioscos de prensa las viñetas de Carpanta. La razón, según ellos, era
que en España no se pasaba hambre. Y se pasaba, y mucha.
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