Existen muchas historias en torno al lago de
Sanabria, que se formó hace diez mil años como consecuencia de la última
glaciación. Una vieja leyenda cuenta que en el fondo del lago se encuentra el
pueblo de Valverde de Lucerna, donde la noche de San Juan tañen bajo el agua
las campanas del imaginario pueblo anegado, y que Unamuno elevó a categoría literaria en San Manuel Bueno, mártir.
La leyenda del lago de Sanabria, que tiene el precedente en Ovidio, donde en su Metamorfosis recogía un episodio
similar, ha sido recreada por Julio
Llamazares, en el guión cinematográfico de El filandón (1984) y en el relato Volverás a Región. La leyenda cuenta que en la noche previa
a la festividad de San Juan, con lluvia, frío, truenos y relámpagos, una
sombra se movía en dirección a Valverde de Lucerna. Con la iluminación de
los relámpagos se podía ver que era un hombre alto, de larga barba y abundante
cabello. Iba cubierto con una capa de lino y se apoyaba en un bastón del que
colgaban dos conchas. Era un peregrino. A la salida, en una zona elevada, vio un horno
donde se encontraban unas mujeres haciendo pan. Les preguntó si podía pasar, y
ellas aceptaron. Una vez que se secó al calor del horno, las mujeres le
hicieron un pequeño bollo de pan, lo introdujeron en el horno y cuando lo
intentaron sacar no podían, ya que había crecido mucho. Fueron metiendo trozos
de pan cada vez más pequeños hasta que finalmente pudieron sacar uno de la boca
del horno y se lo dieron al misterioso recién llegado. Él, dirigiéndose a las
mujeres les dijo: “Gracias por socorrerme, solo vosotras sois dignas de ser
salvadas en este pueblo. Huid hacia el monte. Voy a castigar a este pueblo, lo
voy a anegar”. A la
salida del pueblo, clavó el bastón y
comenzó a brotar agua. Tan solo quedó al descubierto una pequeña isla, que jamás se cubre en las crecidas y
que está situada exactamente en el mismo lugar
donde se encontraba el horno en el que fue
socorrido. Esa leyenda se convirtió en trágica realidad cuando la noche del 9
de enero de 1959 la presa de Vega de Tera, propiedad de Hidroeléctrica
Moncabril, reventó y el agua arrasó el pueblo de Ribadelago. El agua se llevó
por delante a 144 vecinos y sólo se pudieron rescatar 28 cadáveres. El régimen de Franco nunca depuró responsabilidades e
intentó en todo momento minimizar la noticia de la catástrofe, que se saldó con
exiguas indemnizaciones: 90.000 pesetas por cada varón fallecido; 60.000 por
cada mujer; y 25.000 por cada niño.
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