Por todos son sabidas las restricciones que impone
la Iglesia Católica en lo que respecta al ayuno y abstinencia en época de
Cuaresma, en la que no se puede consumir carne y sus derivados en determinadas
fechas, entendiéndose como carne desde el siglo XVII todo tipo de carnes rojas,
blancas, aves de corral, caza y, además, los alimentos cocinados con caldos de
carne, de pollo, o de grasas animales, los huevos y los productos lácteos. En
un consultorio realizado en el siglo citado sobre si los caracoles eran carne,
tales moluscos se salvaron de la restricción. La razón era que la curia romana no
lo tenía claro. Y para salir del atolladero, los purpurados dieron unas pautas:
“No había que fijarse ni en su calor, ni en el
color y abundancia de su sangre, ni en la piel,
ni en el plumaje, ni en sus graznidos, ni en su vuelo, ni en su figura, ni en
el colorido de la carne, ya que todo ello es apariencia y común a muchas
especies”. Lo que se debía tener en cuenta era sólo la grasa. La grasa de los
animales terrestres es una verdadera sustancia: en los pescados en cambio es
aceite. De lo que se deduce que todos los volátiles acuáticos, cuyas carnes son
aceitosas, pueden ingerirse sin reparo alguno los días de vigilia, incluyendo
en ello a todo animal de sangre fría como la tortuga, la rana, el caracol, el
castor y la nutria.” Quedaba claro, los caracoles no eran ni chicha ni limoná
para los doctores de la Santa Madre Iglesia, los mismos que -según el catecismo
de Astete- sabían responder. No
entiendo lo del castor y la nutria. Que a mí me conste, ambos son mamíferos
vertebrados de sangre caliente. El primero de ellos es un roedor, la segunda
una carnívora mustélida.
-- Oiga, ¿y las
ancas de rana?
-- Eso no sabría
decirle…
-- ¿Y la carne de
ballena?
--Tampoco, son
cosas que mire usted… Hombre, si tiene bula, a comer y callar.
--Claro, claro.
El
cura ecónomo de mi parroquia, don
Arquinimo, aunque renquea por haberse caído de una banqueta limpiando la
imagen de san Tarsicio, goza de buen
apetito tanto para los sólidos como para los líquidos y suele decir que “lo que no mata, engorda”, que es una
manera como otra cualquiera de salirse por la tangente.
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