El río Limia, ese río del sur de Galicia que nace en
Monte Talariño (aunque en algún libros de texto se cuenta que nace en el lago
Beón) y desemboca en la ciudad lusitana de Viana do Castelo donde el sol es
devorado por las aguas del Atlántico, era conocido por los romanos que ocuparon
la Península Ibérica como el “río del
olvido”, ya que pensaban que todo aquel que lo cruzaba perdía
irremisiblemente la memoria de quien era, el recuerdo de su familia y de todo
su pasado. Aquel río era para los romanos invasores como esa Fuente de Lehte
situada en el infierno, que borra los recuerdos de las almas que en ella
intentan calmar su sed. Este es un viejo país de glorias y de remordimientos. Fuimos,
éramos, tuvimos…, todas las formas verbales del pretérito. Nos hemos quedado en
nada, como la hoja de culantrillo. Décimo
Junio Bruto, que un día de éxito guerrero tomó el cognomen de Galaico, rompió la leyenda y atravesó ese
río de aguas cristalinas a bordo de una canoa. Cada año, los habitantes de Guinzo
de Limia (Orense) realizan una performance de aquel episodio histórico cada
penúltimo fin de semana de agosto, lo que los gallegos denominan como Festa do Esquecemento. ¿Fue Décimo Junio
Bruto un héroe para sus legiones al atreverse a cruzar el río Limia? Decía Camba que “el heroísmo insuperable es
una cosa muy parecida al miedo, mientras que el verdadero heroísmo es miedo
superado. En cuanto a los héroes sin miedo, si no tienen miedo, ¿cómo pueden
ser héroes? ¿Qué heroísmo puede haber en afrontar peligros que se ignoran o en
dominar sensaciones que no se experimentan?”.
Lucir toisones a modo de
collar en cenas de gala, o bandas de “paternina”
bajo el frac, o heredar títulos nobiliarios con mucha prosopopeya no revalida
nada en la persona que los luce u ostenta con ese cicatero destello de un faro de
bicicleta.
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