Tres de marzo, san
Emeterio y san Celedonio. A un
vecino del piso de arriba le han comprado un taladro y un martillo y me está
dando el día. Yo no sé qué hace: si una cruz de tablones de madera para
portarla sobre los hombros el próximo Domingo de Ramos, o el montaje de una
estantería de Ikea a la que le faltan
piezas , para colocar los doce tomos del
“Monitor” que se llevó de casa de una parienta tras
su fallecimiento. Lo peor que nos puede suceder a los que habitamos un pisito
de paredes finas es que a un vecino le regalen por las “bodas de plata”, o por
su santo, un maletín de bricolaje.
Entonces se acabó la paz del domingo, poder leer la prensa de butacón y echar
una cabezada a la hora del telediario. Uno entiende que al vecino molesto podía
haberle dado por resolver crucigramas, leer los tres tomos de “El triángulo” de Ricardo de la Cierva, o por mirar por la ventana las nubes que
pasan. Pero no, el pazguato le ha pillado gusto al retumbo de la broca y a martillar
como si aporrease un bombo en Calanda. Es el prototipo de hombre descrito
por Julio
Camba como “latero”, que está de
más en todas partes; y que “tanto en los grandes hoteles como en los pequeños
cafés, y lo mismo en la selva virgen que en el inmenso mar, allí donde haya un
vertebrado o un invertebrado, un pájaro o un marisco, una hierba o un alga,
allí dará la lata. Y entre la glacial indiferencia de las autoridades, henos
aquí como esos perros que, con una lata atada al rabo, la oyen tanto mejor
cuanto más corren”. De nada sirve llamar a un guardia para intentar que el tipo
aminore el ruido. El guardia, estoy seguro que diría si reclamara su presencia
ya harto, que no puede hacer nada contra ese colindante, al no llevar en el
arnés donde sujeta la porra el artefacto de medir decibelios. O sea que nada,
no queda otra que encomendarse a los santos Emeterio y Celedonio, decapitados
en el arenal del río Cidacos, en Calahorra, por abrazar el Cristianismo y sin
armar tanto guirigay como el sansirolé estridente que me ha tocado en suerte.
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