martes, 26 de marzo de 2019

Coaliciones, fichajes y "qué hay de lo mío"



Hay nervios a un mes de las generales. Rivera pone las barbas a remojar y ofrece a Casado un posible gobierno de coalición. Aquí algunos ya están vendiendo la piel del oso antes de cazarlo. No le queda otra a ese partido naranja que intenta pillar cacho donde sea, en aguas marinas, en aguas fluviales y hasta en una charca llena de inmundicias llegado el caso. Rivera es como el reo, ese pez que desde los ríos llega al mar, se aclimata en aguas saladas y vive en la desembocadura de los ríos. No confundir con Rea esposa de Reo y una de las amantes de Apolo, madre de Anio; ni al procesado de incurrir en delito. De momento me refiero sólo al pez salmoniforme que suele morir anzuelado por la boca. Por otro lado, Aznar irrumpirá mañana miércoles en uno de los feudos del PP, Valencia, junto a Isabel Bonig y María José Catalá candidatas respectivas a la Presidencia de la Generalidad valenciana y a la Alcaldía. Mientras esas cosas acontecen, Vox, que acabará llevándose a su particular “jardín de las delicias” a ciudadanos que antes votaban al PP y a Ciudadanos, ficha a una tía materna de Abascal, Begoña Conde, que encabezará la lista de Orense; a un hermano de Carmen Lomana, Rafael Fernández Lomana, como cabeza de lista por Albacete, y a el excoronel de la Legión, José Antonio Herráiz, que encabezará la lista de Melilla. Por Huesca abrirá la lista el banderillero Pablo Ciprés. Vuelve la burra al trigo y yo vuelvo a acordarme de Juan Belmonte y de la anécdota de aquel banderillero, malo donde los hubo, que llegó a presidir una corrida de toros a la que asistía como espectador El Pasmo de Triana. Sobre aquel falangista de mierda ya conté lo que tenía que contar el pasado sábado en mi chat “El Principio de Peter, pero al revés”. No conviene ser reiterativo para no cansar al respetable. En el equipo de Vox solo falta por ser fichado el sobrino-nieto del charlatán de la Plaza del Carbón (Zaragoza), León Salvador, aquel hombre que se subía sobre una maleta de madera y trataba de vender crecepelos, hojas de afeitar y algún otro adminículo a un corrillo de ociosos que se divertía de lo lindo con su cháchara. La Plaza del Carbón se llamó así hasta los años 70, antes de que construyesen un garaje subterráneo. Era la plaza del “compro, vendo, cambio”. También aparecía por allí un pobre viejo con cara de suela de zapato que vendía chucherías transportadas en un carrillo de mano y que miraba al cliente por un solo ojo. El otro era de cristal de canica.

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