Releer a Julio
Camba me produce una gran satisfacción. Algo sólo comparable, en mi caso al
menos, a poder pescar una buena trucha en un frio y nervioso río. Y Julio
Camba, como buen gallego que era, nunca daba puntada sin hilo. Era un hombre
que detestaba las solemnidades académicas, pese a vivir de prestado en la habitación 383
del madrileño Hotel Palace entre 1949
y 1962, año de su fallecimiento. Nunca,
empero, le pareció demasiado serio poder llegar a ser académico de la Española
ni académico de ningún sitio, aunque no hizo ascos poder recibir de esa
Institución en 1943 el Premio Castillo de
Chirel. Pues bien, Camba dejó escrito en 1928 que “jamás habrá demasiados
obispos en la Academia Española. Ni demasiados obispos ni demasiados generales.
También -escribía- puede haber algunos
escritores; a condición de que nadie los haya leído, por lo menos desde treinta
años antes de su elección”. En consecuencia, entendía que “un académico viene a ser así como si
dijéramos la estatua de sí mismo. Su única misión consiste en suscitar el
respeto de las gentes, y para ello conviene, o bien que tenga un gran uniforme
de obispo o de general, o bien que esté completamente ga-gá”. Y ponía el
colofón a su personal consideración cuando sostenía que “la mejor manera de ser
inmortal es estar muerto”. Algo parecido está ocurriendo desde hace unos meses
con la momia acartonada del general Franco.
La ofuscación del presidente Sánchez
en pretender sacarlo de esa pirámide faraónica izada sobre el paraje de
Cuelgamuros, en pleno Guadarrama, está consiguiendo que muchos españoles que lo
tenían casi olvidado vuelvan por sus fueros, aireen banderas y estandartes,
levanten el brazo a la romana y voten a Vox con devoción de novicia. Es el
efecto bumerán del bastón arrojadizo que, cuando no impacta en su objetivo,
regresa al punto de partida por su perfil aerodinámico. Franco, que recibió
bastones de alcalde en casi todos los municipios españoles por donde pasaba, y
que fue generalísimo de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire, debe
desternillarse de risa en el Más Allá observando impasible los efectos de ese
bastón con perfil aerodinámico que Sánchez lanzó al aire sin haber contado
previamente con la fuerza eólica en contra; ese raro ventolín capaz de hacer
doblar las momias dentro de sus sarcófagos cuando el bumerán vuela a sotavento
sin preverse las consecuencias.
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