viernes, 15 de marzo de 2019

Ese raro ventolín...




Releer a Julio Camba me produce una gran satisfacción. Algo sólo comparable, en mi caso al menos, a poder pescar una buena trucha en un frio y nervioso río. Y Julio Camba, como buen gallego que era, nunca daba puntada sin hilo. Era un hombre que detestaba las solemnidades académicas,  pese a vivir de prestado en la habitación 383 del madrileño Hotel Palace entre 1949 y 1962,  año de su fallecimiento. Nunca, empero, le pareció demasiado serio poder llegar a ser académico de la Española ni académico de ningún sitio, aunque no hizo ascos poder recibir de esa Institución en 1943 el Premio Castillo de Chirel. Pues bien, Camba dejó escrito en 1928 que “jamás habrá demasiados obispos en la Academia Española. Ni demasiados obispos ni demasiados generales. También  -escribía- puede haber algunos escritores; a condición de que nadie los haya leído, por lo menos desde treinta años antes de su elección”. En consecuencia, entendía que  “un académico viene a ser así como si dijéramos la estatua de sí mismo. Su única misión consiste en suscitar el respeto de las gentes, y para ello conviene, o bien que tenga un gran uniforme de obispo o de general, o bien que esté completamente ga-gá”. Y ponía el colofón a su personal consideración cuando sostenía que “la mejor manera de ser inmortal es estar muerto”. Algo parecido está ocurriendo desde hace unos meses con la momia acartonada del general Franco. La ofuscación del presidente Sánchez en pretender sacarlo de esa pirámide faraónica izada sobre el paraje de Cuelgamuros, en pleno Guadarrama, está consiguiendo que muchos españoles que lo tenían casi olvidado vuelvan por sus fueros, aireen banderas y estandartes, levanten el brazo a la romana y voten a Vox con devoción de novicia. Es el efecto bumerán del bastón arrojadizo que, cuando no impacta en su objetivo, regresa al punto de partida por su perfil aerodinámico. Franco, que recibió bastones de alcalde en casi todos los municipios españoles por donde pasaba, y que fue generalísimo de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire, debe desternillarse de risa en el Más Allá observando impasible los efectos de ese bastón con perfil aerodinámico que Sánchez lanzó al aire sin haber contado previamente con la fuerza eólica en contra; ese raro ventolín capaz de hacer doblar las momias dentro de sus sarcófagos cuando el bumerán vuela a sotavento sin preverse las consecuencias.

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