Raquel
Fuentes, en Diario de
Teruel, escribe hoy un artículo que titula “El tresillo” y cuenta cuando en su casa entró el primer sofá
cuando todavía no se había muerto Franco.
“En un mundo –señala- procedente de la oscuridad y de la miseria aquel
artilugio era la quintaesencia del lujo entre la clase obrera que cubría con
floreado papel pintado las paredes de unos pisos cada vez más pequeños en
ciudades cada vez más grandes mientras alejaba el fantasma del hambre”. Sigue
diciendo: “El siguiente paso, indicador, sin duda, de que la familia iba
ganando en bienestar fue el tresillo. No sé cómo lo conseguimos, pero en un
piso de sesenta metros con tres habitaciones mis padres lograron meter un
tresillo en el salón comedor. Arrancamos el papel de las paredes y lo convertimos
en un estucado que pervive en aquel pisito. Todas las flores cayeron en el
estampado de un conjunto de tres piezas que, además de revelarse como demasiado
grande para el pequeño espacio, pronto quedó claro que era, precisamente,
demasiado claro para nuestra familia”. Lo que no cuenta, tampoco tiene por qué,
es que enfrente del tresillo se solía colocar un mueble de aglomerado donde en
la balda de arriba se colocaban los libros que iban regalando las cajas de
ahorro, semitapados por figurillas y
fotos de actos familiares; o sea, bodas, bautizos y comuniones. Muy cerca, la
nevera de la marca “Alaska” que no
aguantaba dos veranos, porque las neveras siempre estaban en el comedor llenas
de gaseosas y oranginas. Y debajo, empotrado en el mueble, un televisor “Zenit” que permitía ver “La mansión de los Plaf” en blanco y
negro y un aldeanismo reflejado en los telediarios leídos por un circunspecto speaker donde se hacía hincapié en que
España era la reserva espiritual del mundo; y que –como dejó escrito Alejandro Muñoz Alonso (“Por el imperio al aislamiento”, Cambio 16, núm. 166, p. 27) “ese mismo aldeanismo ha permitido que se
pueda decir que los países extranjeros acabarán copiando nuestras Leyes Fundamentales o que se insinúe que
la creación en Francia de una Secretaría
de Estado para la Condición de la Mujer es una imitación de la Sección Femenina”. Por cierto, en el
siguiente número de esa revista semanal (Cambio
16, núm. 167, p.59) entonces dirigida por Manuel Velasco, se informaba de que el 14 de enero de 1975, es decir,
pocos días antes de la llegada a los quioscos de esa publicación, Carmen Polo Valdés había recibido en el
Palacio de El Pardo la “medalla de oro de
los Amantes de Teruel” donada por la Corporación Municipal turolense con
motivo del Año Internacional de la Mujer.
Cuando todavía no se había muerto Franco, amiga Raquel Fuentes, ya disponíamos
de tresillo de escay, ducha de teléfono, teléfono “heraldo” gris de sobremesa, sustituto del teléfono negro de
baquelita, y cuarto de baño completo. Cuando llegaban las visitas se lo
enseñábamos. Y la dueña de la casa, siempre tan prudente, les decía: “Quiera
Dios que no tengamos que usarlo”.
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