sábado, 30 de marzo de 2019

Época de cupo y escasez



Afirmaba Camilo José Cela que el único libro que no tiene punto y final es el del Registro Civil. Cierto. Existe una medida que computa desde la primera palabra en el inicio de un relato breve, o en una novela, hasta que llega a su punto y final por largo que sea y que viene a corroborar  aquel dicho por los lugareños de la vega de Gallur: “hasta aquí llegó la riada”. Los pesos y medidas de los libros van en función directamente proporcional a la cantidad de letras que contienen en su interior. No es lo mismo, por ejemplo, leer el microrrelato de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, que embarcarse en la lectura de “Ulises”, de James Joyce, que es sólo la continuación de un punto y aparte, o sea, de  “Retrato del artista adolescente”. Todo indica, sin embargo, que en el Registro Civil habrá un día, no se sabe cuándo, que habrá un punto y final. De hecho, en los registros parroquiales de muchas aldeas se puso el puto y final hace ya décadas  en lo referente a bodas y bautismos . Los pocos nacimientos que se producen tienen lugar en los hospitales de las cabeceras de comarca, que es también el lugar adonde acuden los ancianos a operarse de cataratas para poder seguir viendo después de la siesta la pésima televisión regional, o las estelas de los aviones rompiendo un cielo difícilmente azul, o los vehículos que circulan por una carretera infame sin detenerse un instante. Volvemos a la época de cupo y escasez. Sabemos que Teruel existe por el último eslogan propagandístico de Ikea. Y los gorriones, ¿dónde se han marchado? Se fueron vestidos de marrón huyendo de algo por los oscuros espacios de sombra descolgada, y la calle atardeciendo.

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