El 19 de enero de 2018 falleció uno de los
periodistas que más ha influido con su personal manera de entender la cocina. Cristino
Álvarez, más conocido como Caius
Apicius fallecía, como digo, cuando tenía muchas recetas culinarias todavía
por contar. Ese coruñés se graduó en Periodismo por la Escuela Oficial en 1974
y a partir de entonces se incorporó a la Agencia EFE y se dedicó a la
información parlamentaria. Fue a partir del 31 de enero de 1981 cuando comenzó a
escribir artículos semanales sobre gastronomía en diversos medios de todo el
mundo. Diez años más tarde, en 1991, recibió
el Premio Nacional de Gastronomía y
el 2014 ingresó en Real Academia de Gastronomía
con un discurso sobre el vino y el Camino de Santiago. Su última crónica
gastronómica (de las más de 3.500 que dejó escritas), publicada cuatro días
antes de su muerte, se titulaba “En blanco y negro” y hacía referencia a la “poularde demi-deuil”
(pularda
medio luto) con láminas de trufa. Por
aquella receta sentía veneración. Pero Cristino Álvarez también tenía recetas
muy simples, como aquellas “magras con
tomate” en honor de las fiestas de Pamplona, que es la manera más sencilla de
hacer un guiso que se consume de parecida manera también en Aragón y en toda la
Ribera del Ebro. Nada del otro mundo: unas magras de jamón cortadas de un
grosor de medio centímetro pasadas por salsa de tomate casero y que a Álvarez
le gustaban acompañadas de dos huevos fritos. Señalaba Álvarez que no era necesario
pasar las magras por la sartén. Incrementaban su sabor -decía- pero también
quedaban más saladas, algo que no convenía a los hipertensos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario