En “La arquitectura del tontolaba”, Álvaro Romero,
dentro de las páginas de El Correo de Andalucía,
hace referencia a cómo se vivía en la época de los calores en aquellas afortunadas
casas que disponían de patio. “Mi abuela –señala Romero- abría la puerta de la
calle y la del patio del limonero y se sentaba en una mecedora a tomar la débil
corriente del fresco que se apiadaba de su generación cuando no existían los
aires acondicionados y a ella le
molestaba el runrún del ventilador y su factura. Mi abuelo, más al fondo
de la casa, hacía lo propio con la puerta del patio que tenía delante de la
salita -donde paraban él y la eterna estampa de san Antonio- y la puerta del
corral, mientras sacaba del pozo el cubo de latón donde había refrescado los
higos chumbos que mondaba con una precisión de cirujano dándole tres cortes
perfectos con la misma navaja que usaba por la mañana en la vendimia”. Claro,
para eso había que vivir en un pueblo, mirar más la posición del sol en el
horizonte que el reloj de bolsillo, no tener estrés y disponer de un botijo de
aquellos que sudaban a la sombra sobre un plato blanco de loza. Para eso, había
que tener un corral con gallinas; una radio de válvulas por donde salía la voz engolada que daba el “parte”; disponer de una moto Guzzi
Hispania de aquellas con el cambio de marchas en el depósito de gasolina
para recorrer caminos polvorientos; un
huertecillo que cuidar; y saber liar cigarrillos de petaca. Para eso, había que
tener puestos pantalones de mil rayas y sombrero de fieltro de ala ancha y
plana y copa cilíndrica y alta, que son los de paseo; orejuela de tísico para
escuchar en una vieja gramola la voz de Juan
Pantoja, o los “soníos” negros de
Manuel Torre, que en realidad se
llamaba Manuel Soto Loreto, y que
descansa a pocos metros de José Ortega
Gallo en el cementerio de Sevilla. Todo cambia. Ahora los pueblos se vacían
de niños y los viejos que van quedando se reúnen en corros mañaneros para
hablar de las pensiones y de sus achaques. Sólo queda un vago sabor a sueños
mutilados, el sonido mudo de silencios dilatados
y los recuerdos arrebujados, siempre resonando.
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