domingo, 24 de mayo de 2020

Andar de zoca en colodra

Este confinamiento en el domicilio obligado por unas circunstancias de fuerza mayor puede servir para dos cosas: leer y reflexionar. Javier Sierra, en una entrevista de  Ramón J. Campo en Heraldo de Aragón,  ha señalado algo que parece fundamental: “Hay que decir si el planeta invierte en futbolistas o en investigadores”. Sierra, experto en temas esotéricos, es consciente de que aquí el verdadero “extraterrestre” es el virus   Covid-19, que nadie sabe cómo, por dónde ha venido y con qué armas podemos defendernos de su ataque demoledor. Entre tanta preocupación ciudadana por el temor a una enfermedad que desconocemos, los anunciados despidos empresariales por falta de trabajo, los cierres de fronteras, la aplicación por parte del Gobierno de artículo  116 de la Constitución sobre el estado de alarma, el fantasma de la crisis económica que se avecina, etcétera, sale a flote la presunta fortuna de Juan Carlos de Borbón y un comunicado de la Casa Real donde viene a decir, en rápido resumen, que Felipa VI renuncia a la herencia de su padre [que no podrá renunciar hasta su muerte] que pudiera corresponderle y le retira la asignación que hasta ahora recibía de los Presupuestos Generales del Estado. Según The Telegraph, el actual jefe del Estado “es el segundo beneficiario de una fundación 'offshore' donde se ingresó una supuesta donación de 65 millones de euros de Arabia Saudí a su padre. Esa cantidad se habría depositado en una cuenta abierta en el banco privado Mirabaud, a nombre de la Fundación Lucum”. El escenario en España no puede ser más catastrófico. En El Quijote, Cervantes pone en boca de Sancho: “Y lo que sería mejor y más acertado… fuera el volvernos a nuestro lugar… dejando de andar de ceca en meca y de zoca en colodra, como dicen”. A mi entender, fue un error la Segunda Restauración, o la Reinstauración (como dicen los monárquicos de nuevo cuño), amparada en la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado de 26 de julio de 1947 (tras el plebiscito de 6 de julio) donde se proclamaba a España como un “Estado católico, social y representativo, que, de acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino", donde se sancionaba  la Jefatura del Estado en la persona de Francisco Franco y se aseguraba la continuidad del régimen de un cruel dictador al establecer unos mecanismos de sucesión, y al ser el mismo Franco quien había de designar al sucesor de la peor forma imaginable; es decir, a dedo. Ello equivalía a que “cambiaba todo” para que no cambiase nada, como en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa “El gatopardo”. Aquel plebiscito fue un chiste de mal gusto que encrespó a don Juan.  Debería, a mi entender, haberse consultado a los españoles sobre qué forma de Estado preferían antes de hacer la Constitución de 1978. No fue así (en una entrevista, Suárez contó por qué no se llevó a cabo) y aquellas aguas trajeron estos lodos. Hubiésemos evitado, por ejemplo, la vergüenza ajena que produce en los españoles la lectura de The Telegraph. Los cortafuegos, practicados tarde y mal, no suelen evitar la quema del bosque.

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