El caso de Biescas (Huesca) da idea de lo que no se
debe hacer cuando asoma una pandemia: un viaje del Imserso a Benidorm y un funeral donde se agrupa mucha gente dentro
de un templo. La consecuencia directa de esa mala praxis es que la tasa de
afectados por coronavirus en esa población oscense multiplica a día de hoy por
ocho la media aragonesa. Da igual que un ciudadano pase el confinamiento en su
primera o en su segunda residencia durante el estado de alarma. Lo importante
es saber que era allí donde se encontraba el día que el Gobierno decretó el “estado de
alarma”, y permanezca aislado para evitar contagios. No es
de recibo ver por televisión a Mariano
Rajoy saltándose el confinamiento por los alrededores de la urbanización
donde reside; o tener noticia de que la directora de la Agencia Española del
Medicamento, María Jesús Lamas Díaz,
tuviera que ser interceptada en un
control de la Policía Municipal de Madrid el día de Jueves Santo, cuando se disponía
a tomar un tren en la estación de Chamartín con destino a Galicia para pasar la
Semana Santa; o que en Viernes Santo la Policía se viese obligada a tener que
desalojar al público asistente a una misa oficiada por el polémico arzobispo Martínez en la Catedral de Granada. En
este panorama desolador aquí lo que más importa no es que el PIB baje este año
un13 por ciento, sino que la fiebre de
los españoles enfermos por coronavirus se estabilice en los 36 grados centígrados
de temperatura, que los sanitarios no mueran con las botas puestas y que el
Gobierno no improvise, como está haciendo, el reparto de mascarillas. Ya habrá
tiempo para las reformas estructurales y para escuchar a los gurúes (a toro
pasado todos somos Manolete) y al
mago don Pirulo. El presidente Sánchez sueña con que la UE suelte la
pasta para seguir derrochando a placer; y el vicepresidente Iglesias, en su jardín de La Navata
(que imagino silente como el claustro de Silos aunque sin el ciprés) se inspira en la película “The servant”, de Joseph Losey, para estar al tanto de cómo se puede llegar a tocar
el cielo con la mano sin necesidad de montar en un falcon 900.
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