domingo, 24 de mayo de 2020

Mirando por el caleidoscopio

El caso de Biescas (Huesca) da idea de lo que no se debe hacer cuando asoma una pandemia: un viaje del Imserso a Benidorm y un funeral donde se agrupa mucha gente dentro de un templo. La consecuencia directa de esa mala praxis es que la tasa de afectados por coronavirus en esa población oscense multiplica a día de hoy por ocho la media aragonesa. Da igual que un ciudadano pase el confinamiento en su primera o en su segunda residencia durante el estado de alarma. Lo importante es saber que era allí donde se encontraba el día que el Gobierno decretó el “estado de alarma”, y permanezca aislado para evitar contagios. No es de recibo ver por televisión a Mariano Rajoy saltándose el confinamiento por los alrededores de la urbanización donde reside; o tener noticia de que la directora de la Agencia Española del Medicamento, María Jesús Lamas Díaz,  tuviera que ser interceptada en un control de la Policía Municipal de Madrid el día de Jueves Santo, cuando se disponía a tomar un tren en la estación de Chamartín con destino a Galicia para pasar la Semana Santa; o que en Viernes Santo la Policía se viese obligada a tener que desalojar al público asistente a una misa oficiada por el polémico arzobispo Martínez en la Catedral de Granada. En este panorama desolador aquí lo que más importa no es que el PIB baje este año un  13 por ciento, sino que la fiebre de los españoles enfermos por coronavirus se estabilice en los 36 grados centígrados de temperatura, que los sanitarios no mueran con las botas puestas y que el Gobierno no improvise, como está haciendo, el reparto de mascarillas. Ya habrá tiempo para las reformas estructurales y para escuchar a los gurúes (a toro pasado todos somos Manolete) y al mago don Pirulo. El presidente Sánchez sueña con que la UE suelte la pasta para seguir derrochando a placer; y el vicepresidente Iglesias, en su jardín de La Navata (que imagino silente como el claustro de Silos aunque sin el ciprés)  se inspira en la película “The servant”, de Joseph Losey, para estar al tanto de cómo se puede llegar a tocar el cielo con la mano sin necesidad de montar en un falcon 900.

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