domingo, 24 de mayo de 2020

Peor, imposible

Los datos son que en Zaragoza existen 4.100 bares, 880 restaurantes, 470 cafeterías y 220 alojamientos y hoteles,  y que todos ellos pretenden pedir veladores en aceras y azoteas. Comprendo que el Ayuntamiento saca pingües beneficios con cada mesa instalada, pero algo habrá que hacer para contener  esos impulsos, tanto de empresarios de Hostelería con sus ingresos menguados como de aquellos que tienen mono de bar. La pandemia de coronavirus es muy seria.  En Zaragoza a día de hoy se producen  87 nuevos contagios y 14 fallecidos más. La suma de 700 muertos desde febrero pasado indica que hay que reflexionar, ponerse la mascarilla si se tiene, que esa es otra, y sujetar el manillar de esta biciclostia con las dos manos. Aquí no hay moderado optimismo que valga. Aumenta la pobreza y cada día que pasa se acrecienta, también, la necesidad de pedir ayudas sociales, al tiempo que se demanda un catalejo para intuir una luz al final de este túnel de La Engaña, que queda lejos. No vale con comer detergente ni inyectar desinfectante. Tampoco serenan los aplausos a los sanitarios desde los balcones a las ocho de la tarde, ni las llamadas telefónicas del Rey a los agricultores preocupados por no saber cómo poder esquilar sus ovejas. Los empresarios sueñan con las aperturas de sus comercios; y los hosteleros, con  la llegada de turistas. Los niños ya no saben cómo huele el sol, los ancianos se esconden en las residencias apestadas como si estuviesen en las bodegas del “Alfonso Pérez” atracado en los muelles de Maliaño, y la clase media observa impotente cómo todo se va al carajo por culpa de un Gobierno de aficionados. En un lugar del Orbe donde al ciudadano se le pueden contar todos los huesos, donde el jefe del Estado, aburrido en su encierro por culpa del coronavirus como si fuese el prisionero de Zenda,  trata de mitigar su desdicha sobrevenida conectándose con todo tipo de gremios de forma virtual, y donde el presidente del Gobierno cree ser la reencarnación viviente  de san Alfonso María de Ligorio tras cada Consejo de Ministros, mal vamos. Tan mal que, peor, imposible.

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