Mi amigo Roberto
Pérez cuenta en el diario ABC que
el exalcalde de Zaragoza Pedro
Santisteve está pasando el confinamiento por el coronavirus en un pueblo de
Zaragoza llamado Cabolafuente, que sólo cuenta con 34 habitantes y una densidad
de población de 1 habitante por kilómetro cuadrado. Lo que no señala el periodista es que el confinamiento
le pilló a Santisteve cuando estaba pasando unos días de descanso en esa aldea
de la comarca de Calatayud. Con tal densidad de población veo difícil que
Santisteve pudiese contagiar a alguien. En Cabolafuente existen más de cien
bodegas aunque la mitad de ellas no están operativas y un salón de actos
propiedad de Obispado de Tarazona y cedido a los vecinos a condición de que en
invierno puedan celebrarse misas en evitación de que los ancianos tengan que
desplazarse hasta la parroquia, mucho más fría. Una puerta corredera del salón
cedido permite cambiar el retrato de Felipe
VI por la imagen de un cristo crucificado cada vez que hay oficios
religiosos. Ese salón de actos está dedicado a Juan Polo y Catalina, cabolafuentero de nación, presidente de las Cortes de Cádiz y uno de los firmantes
de la Constitución de 1812. ¿Cabe
mayor confinamiento que el de Santisteve? No sé, tal vez la isla de Perejil,
que en 2002 nos causó un conflicto con Marruecos, o la isla de Cabrera, que
está llena de esqueletos de franceses. Cierto es que Santisteve hizo una
excepcional salida de Cabolafuente con destino a Zaragoza motivado por su deber
de asistencia a un pleno municipal. Pero lo que no cuenta el diario de Vocento es que el exalcalde estaba
provisto del correspondiente permiso de las autoridades en el que se
justificaba ese desplazamiento por motivos de trabajo. Después del pleno
regresó a su confinamiento de Cabolafuente. En consecuencia, no parece que
exista nada reprochable en su conducta.
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