domingo, 24 de mayo de 2020

La nariz de Cleopatra (I)

El coronavirus está haciendo estragos. El pasado 20 de marzo fallecía Carlos Falcó, importante enólogo; antes de ayer, Enrique Múgica Herzog; y esta pasada madrugada, Carlos Seco Serrano. Los tres eran octogenarios y personas muy conocidas. De Carlos Seco conservo un libro muy interesante. Se trata de una recopilación de artículos publicados cada domingo y durante tres años en las páginas de ABC. Se trata de “Viñetas históricas”, con introducción de Javier Tusell (Espasa-Calpe, Madrid, 1983). Seco fue un historiador que compartió contacto con dos grandes profesores en la Complutense: Jesús Pabón y Ciriaco Pérez Bustamante. El libro es ameno aunque riguroso y está lleno de anécdotas. Como señala Tusell, Seco decía que “existe en el buen historiador una ‘simpatía universal’ que le hace llegar a entender sucesos y personas ampliando su propio horizonte vital y, al mismo tiempo, demostrando el papel que unos y otros tienen en el acontecer histórico. Para Tusell, “una crítica bastante habitual a la forma de entender la Historia por parte de la historiografía del siglo XIX sería lo que E.H. Carr denominó como la ‘teoría de la historia de la nariz de Cleopatra’, tesis  según la cual los acontecimientos habitualmente considerados como más trascendentes en la Historia son producto de anécdotas nimias vinculadas a la vida de los grandes personajes”. El toledano Carlos Seco se quedó huérfano de padre en agosto de 1936, al permanecer leal al general  Manuel Romerales, también fusilado el 28 de agosto en Melilla, en el acuartelamiento de Rostrogordo. Romerales había estudiado de joven en los agustinos de El Escorial, donde también lo hizo Manuel Azaña, dejando constancia de ello en “El jardín de los frailes”. Ambos se conocían desde entonces. Además de ello, Romerales salvó la vida a Azaña al descubrirse un complot contra él en 1932,  según se desprende de un sumario de la Causa General, fechado en la cárcel de El Pardo el 28 de enero de 1938 contra  Paulino Sánchez Moreno, publicista de 56 años que se encontraba detenido en esta cárcel acusado de ser desafecto a la República. Para demostrar al juez militar que le interrogaba que era partidario de esa nueva forma de Estado, Paulino decidió contarle que, gracias a él, en 1932 evitó un atentado contra Manuel Azaña cuando éste era presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra. En su declaración relata Paulino que en ese año informó a su amigo, el general Manuel Romerales, de que había escuchado una conversación ‘aterradora’ en un café de Madrid en la que unos individuos estarían preparando en ese café un atentado contra Azaña. Romerales, inmediatamente se puso en contacto con Hernández Saravia, jefe del gabinete militar de Azaña quién le instó a seguir haciendo averiguaciones para concretar el asunto. Le encomendaron, por lo tanto, a Paulino que siguiera indagando en días sucesivos en este café. Quince días después Paulino entregó dos cuartillas de papel a Romerales con información detallada del posible atentado que supuso la detención de al menos cuatro personas,  recibiendo un agradecimiento oficial. Azaña tuvo otro atentado. Sucedió en abril de 1935. Un miércoles por la tarde, la calma que se respiraba en la Dirección General de Seguridad se rompió por completo después de la visita de un viejo legionario, Carmelo Ruano, quería hablar inmediatamente con alguno de los responsables de la Policía madrileña para darle a conocer una información que podría cambiar el rumbo de España. El agente Ramón Gargueno le tomó declaración en la Oficina de Información y Enlace, en el segundo piso de la DGS, en la Puerta del Sol.

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