domingo, 24 de mayo de 2020

Nos ha mirado el tuerto

Hoy Miquel Giménez está bordado en su artículo “Nos han robado las lagrimas”, aparecido en Vozpópuli. Dice: “La campaña es tan ruin como miserable. Hay que ser optimistas porque esto lo vamos a superar entre todos. Lo dicen quienes tienen mascarillas, tests, atención médica privilegiada, los que ingresan en suites de la sanidad privada, los que cobran sus desproporcionados sueldos pase lo que pase, los que no han de preocuparse de sí, cuando esto acabe, estarán en el paro y arruinados, los que se han negado a dejar de cobrar en tiempos de emergencia sanitaria y social, los que no han sabido tomar ninguna medida útil para que sus compatriotas puedan sobrellevar mejor este tiempo de dolor e incertidumbre, los que nos han mentido para mantener sus manifestaciones, sus eslóganes, sus clichés basados en el odio y la rabia”. (…) “Pueden permitirse las risitas de conejo de quien está confortablemente a cubierto, mientras el resto estamos a la intemperie y sin mayor auxilio que la Providencia. Su intento en esconder el dolor y la pena es porque, en el fondo, les molesta. No pueden tolerarlos, porque cada lágrima es un recordatorio de su ineptitud, de su facundia y de lo poco que valen”. Ese artículo nos debería hacer reflexionar. Y aquellos que no han sabido gestionar el coronavirus con los reflejos suficientes, a sabiendas de lo que pasaba en Italia, nos piden sacrificios hasta la grosería. Y la coalición PSOE-Unidas Podemos desean hacer unos nuevos “Pactos de la Moncloa” (que en nada se parecerían a los del 77, que no apoyó Fraga) para tratar de enmendar la ruina que se nos viene encima y que aterran tanto a la derecha del discípulo aventajado de Aznar como la ultraderecha más retrógrada que lidera Santiago Abascal, mientras Sánchez mantenga a la “diestra de dios padre” al comunista Pablo Iglesias Turrión. Miquel Giménez termina su columna diciendo que los ciudadanos “lloran porque están hartos de que los tomen por imbéciles, porque no quieren escuchar más esa cobarde excusa de ‘nadie podía preverlo’, lloran de pena, sí, pero también de rabia, de indignación, de abandono. Nunca la clase dirigente y el pueblo estuvieron más alejados que ahora”. No cabe duda de que en España pasaremos de los lutos de los ciudadanos sufrientes por las muertes de parientes a los hombres de negro, fríos y calculadores, que no saben de víctimas sino de números. Y eso, a mi entender, tiene difícil arreglo en un país donde nos ha mirado el tuerto.

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