Hoy Miquel Giménez
está bordado en su artículo “Nos han
robado las lagrimas”, aparecido en Vozpópuli.
Dice: “La campaña es tan ruin como miserable. Hay que ser optimistas porque
esto lo vamos a superar entre todos. Lo dicen quienes tienen mascarillas, tests, atención médica privilegiada,
los que ingresan en suites de la sanidad privada, los que cobran sus
desproporcionados sueldos pase lo que pase, los que no han de preocuparse de
sí, cuando esto acabe, estarán en el paro y arruinados, los que se han negado a
dejar de cobrar en tiempos de emergencia sanitaria y social, los que no han
sabido tomar ninguna medida útil para que sus compatriotas puedan sobrellevar
mejor este tiempo de dolor e incertidumbre, los que nos han mentido para
mantener sus manifestaciones, sus eslóganes, sus clichés basados en el odio y
la rabia”. (…) “Pueden permitirse las risitas de conejo de quien está
confortablemente a cubierto, mientras el resto estamos a la intemperie y sin
mayor auxilio que la Providencia. Su intento en esconder el dolor y la pena es
porque, en el fondo, les molesta. No pueden tolerarlos, porque cada lágrima es
un recordatorio de su ineptitud, de su facundia y de lo poco que valen”. Ese
artículo nos debería hacer reflexionar. Y aquellos que no han sabido gestionar
el coronavirus con los reflejos suficientes, a sabiendas de lo que pasaba en
Italia, nos piden sacrificios hasta la grosería. Y la coalición PSOE-Unidas
Podemos desean hacer unos nuevos “Pactos
de la Moncloa” (que en nada se parecerían a los del 77, que no apoyó Fraga)
para tratar de enmendar la ruina que se nos viene encima y que aterran tanto a
la derecha del discípulo aventajado de Aznar
como la ultraderecha más retrógrada que lidera Santiago Abascal, mientras Sánchez
mantenga a la “diestra de dios padre” al comunista Pablo Iglesias Turrión. Miquel Giménez termina su columna diciendo
que los ciudadanos “lloran porque están hartos de que los tomen por imbéciles,
porque no quieren escuchar más esa cobarde excusa de ‘nadie podía preverlo’,
lloran de pena, sí, pero también de rabia, de indignación, de abandono. Nunca
la clase dirigente y el pueblo estuvieron más alejados que ahora”. No cabe duda
de que en España pasaremos de los lutos de los ciudadanos sufrientes por las
muertes de parientes a los hombres de
negro, fríos y calculadores, que no saben de víctimas sino de números.Y
eso, a mi entender, tiene difícil arreglo en un país donde nos ha mirado el
tuerto.
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