Ayer comentaba que
Manuel Romerales
salvó la vida a
Manuel Azaña en 1932
al descubrir un
complot contra su
persona y ponerlo en conocimiento de
Hernández
Saravia, entonces jefe del gabinete militar de quien entonces ostentaba el doble
cargo de presidente del Consejo de Ministros y de ministro de la Guerra. Pero
Azaña tuvo otro intento de atentado en 1935. Una tarde, el viejo legionario
Carmelo Ruano visitó la
Dirección General de Seguridad. Quería hablar sin pérdida de tiempo con alguno
de los responsables de la Policía para darle a conocer una información que
podría cambiar el rumbo de España. El entonces oficial de servicio de la
Guardia de Asalto,
Ramón Gargueno,
le tomó declaración en la Oficina de Información y Enlace, situada en el
segundo piso de la vieja Casa de Correos, posteriormente convertida en
Ministerio de la Gobernación, en el centro de la Puerta del Sol; esa plaza
semicircular que
Fernández de los Ríos
denominó como “media tapa de barril de aceitunas”. Pues bien, Ruano dijo tener
información sobre un atentado que iba a producirse en Alcázar de San Juan
contra Azaña, y que también se habían previsto sendos atentados contra
Largo Caballero y contra
Martínez Barrios. Aquella denuncia de
Ruano llegó hasta los oídos del jefe de la oficina de la DGS,
Vicente Santiago, pero nada se hizo por
abrir las correspondientes diligencias hasta mayo de 1936, siendo ya Azaña presidente
de la República. El diario
ABC
informó entonces sobre que
Aparicio,
nuevo comisario general de Policía de Madrid,
había decidido tomado cartas en el asunto. Ese mismo diario señaló como
responsable del posible atentado a
Mauricio
Carlavilla del Barrio (1896-1982), también conocido como
Mauricio Karl,
inspector de Policía que en 1935 habría
adquirido en Barcelona dos rifles y dos pistolas para acometer la supuesta
intentona. Pero Ruano, en su declaración, había señalado los nombres, además del
de Carlavilla, de
Manuel Díaz Criado
y de
Eduardo Pardo Reina (abogado y
capitán del Ejército, respectivamente) como supuestos colaboradores necesarios.
Constaba que Carlavilla era un experto en investigación criminal que, durante la
dictadura de
Primo de Rivera, se
dedicó a investigar robos de joyas al frente de la sección volante de la Unidad
de Ferrocarriles de la Policía, y que evitó atentados de anarquistas contra el
dictador,
Alfonso XIII y su consorte,
llegando a ser jefe de la escolta de
Largo
Caballero.
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