Miguel
Jiménez, en Vozpópuli,
en su artículo “No hacía falta, Señor”,
mete el dedo en la llaga con la fuerza de la lanzada del centurión Longinos y de la que sólo salió algo de
sangre y agua,al hacer referencia a
la última aparición de Felipe VI en
televisión para leer (en teleprompter, como
siempre) un breve discurso de siete minutos que le había escrito el Gobierno.
Tal mensaje a la nación, segúnJiménez,
fue insípido, incoloro e inodoro, como el agua de Jaraba. “Para eso -agrega- no
hacía falta esperar tanto”. España vive momentos críticos, donde se ha juntado
el hambre con las ganas de comer, o sea, la pandemia del coronavirus (sobre la
que se transmite al ciudadano poco y mal),la crisis económica derivada de esa endiablada pandemia, y los serios
ataques a la Corona como consecuencia de los últimos datos publicados en The Telegraphsobre algunos presuntos desvaríos del
anterior jefe del Estado, que ponen en
entredicho si hoy la Corona como símbolo de unidad sirve para aquello que
está destinada. Pero su posible desmontaje, en el supuesto de pretender
llevarlo a cabo desde el Congreso de los Diputados, parece harto dificultoso por no decir casi
imposible. Sin embargo, pese a tales dificultades, parece difícil que la
monarquía sobreviva mucho tiempo. Lo explicaba el pasado día 16 en Público el catedrático de Derecho
Constitucional Javier Pérez Royo: “La
monarquía ha sido el problema por el cual no hemos enfrentado el debate de una
posible reforma constitucional. (…) La Constitución del 78 está pensada para
mantener la monarquía. El artículo 168 es una suerte de cláusula de intangibilidad
para protegerla. Parece que evitan que se pueda reformar la Constitución para
también excluir la posibilidad de dejar fuera a la monarquía en esa futura
reforma. Ese es el problema de fondo que hay. La monarquía restaurada no
soporta el proceso de reforma constitucional. En el momento en el que se
plantee la reforma de la Constitución surge una pregunta: ¿qué hacemos con la
monarquía? Estamos en una situación de parálisis. (…) A mis alumnos siempre les
decía que la Constitución es una vasija que está cuarteada, que tiene rajas
profundas, pero que tiene una tapa muy fuerte que hace que la vasija cuarteada
se mantenga en pie. Si quitas la tapa, la vasija se rompe inmediatamente.
La monarquía es la tapa del régimen del 78. Hace que el sistema
político se mantenga sin que estalle, sin que salte por los aires. Pero, al
mismo, tiempo le impide evolucionar. Porque reformar la Constitución también
implica hablar sobre la monarquía y el cuarteamiento está dañando más cada día
que pasa la estructura de la vasija”.
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