domingo, 24 de mayo de 2020

La aventura de viajar

Estos días, por el confinamiento obligado por el Gobierno a causa del coronavirus nadie puede salir de casa. Y, si acaso, sólo podemos viajar con la imaginación o leyendo libros. En Semana Santa, por ejemplo, es buen momento para volver a leer sin prisa el “Viaje a la Alcarria”, de Cela, o “El Nuevo Viaje de España. La ruta de los foramontanos”, de Víctor de la Serna. Los viajes eran bonitos cuando los trenes paraban en todas las estaciones y las carreteras pasaban en medio de los pueblos. Se tardaba más en llegar al destino pero, a cambio, se gozaba observando el trajín de viajeros en los andenes, cargados con maletas muy pesadas y despidiéndose de la llorosa familia como cuando un recluta se iba a la guerra de África sin saber si iba a volver. Ese placer de los viajes se ha perdido con los aviones, los trenes de alta velocidad y las autopistas de peaje. Se llega a destino sin apenas darse uno cuenta, pero se pierde el encanto de aquellos interminables trayectos en los que, al menos yo, me apeaba delo tren lleno de carbonilla y con mucha sed. En el vagón dejaba olvidado el casco vacío de un refresco que había comprado en una cantina de estación, aprovechando que el tren había parado diez minutos para echar agua al depósito de la locomotora. En el Nuevo Viaje de España, el hijo de Concha Espina hace referencia a un trayecto en carretera que le dejó entusiasmado. Cuenta en su libro dedicado a los ingenieros de Montes en 1955, publicado por Prensa Española en 1959 y prologado por Gregorio Marañón, una de sus etapas, desde Tordesillas a Zamora, pasando por Toro, “esa línea que -como él señala- corre recta por el paralelo, casi da frío”. Pues bien, así lo describe: “Entre Tordesillas y Toro ocurre un acontecimiento que es una lástima que sólo se presencie un par de semanas al año. Valía la pena de organizar caravanas para verlo. Se trata de que entre el kilómetro 3 y el kilómetro 19 de la carretera que va de Tordesillas a Zamora, es decir, durante 16 kilómetros, la carretera está bordeada por los árboles más inesperados y menos carreteros que uno se podía imaginar: por almendros”. En una nota al pie, Víctor de la Serna aclara que esa avenida de almendros fue plantada en 1912 por el ingeniero de la Jefatura de Obras Públicas de Valladolid, José Suárez Leal y que los almendros procedían de un vivero de Morales de Toro que poseían Agustín García Rico, agricultor, y Francisco Villar, según datos que le proporcionó  Gregorio Conejo Salgado, administrador de la finca que en Villaester poseían los marqueses de Velasco. Por aclarar: existen dos Villaester, de Arriba y de Abajo, dentro de la provincia de Valladolid, ambos pertenecientes al municipio de Pedrosa del Rey. Se cuenta que en Pedrosa del Rey, Juan Martín Díez, más conocido por El Empecinado, se topó el 20 de agosto de 1809 con una columna francesa a la que puso en fuga hacia Morales de Toro. El jefe de aquella columna hirió de un disparo en el brazo al guerrillero español; y éste, furioso y dolorido, mató al gabacho machacándole la cabeza con una piedra. Posteriormente, El Empecinado fue curado de su herida por un médico de Tordesillas. Estos días de confinamiento obligado por la pandemia también son ideales para leer a Galdós. Nunca defrauda.

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