domingo, 24 de mayo de 2020

Ni se muere ni cenamos

Nos movemos a impulsos cerebrales, trocándonos sensibles ante un tirabuzón, unas leves gotas de lluvia, un hijo llegado al mundo sin avisar o una vieja melodía… Puede que el día en que aprendamos a dosificar las sorpresas tendremos algo más claro nuestro futuro. A mi entender existen dos clases de individuos: los que creen en la utopía y el resto. Hacer versos de pie quebrado en un congreso de viajantes, vender “iguales para hoy” sin ser ni siquiera tuerto, o bailar el fox-trot ante un espejo colonial vestido de bombero, son circunstancias incómodas para aquellos que todavía abrigan la firme creencia, no sé si incontrovertible, de que tres y dos son cinco. La inmensa legión de hombres de provecho, como se daba en llamar hace unas décadas a la gente de orden que vivía de una modesta nómina, no cree en la utopía ni comprende al suicida ni al herbolario ni al funambulista ni al estrafalario ni al bebedor de litronas ni al fotógrafo que roba paisajes sin pagar un canon de coincidencia. Por el contrario, aquellos pocos desenganchados, que entienden la utopía como algo universal y progresivo, nunca osarían proponer colocar taxímetro en el chichi a las señoras que hacen la carrera ni  escapularios en el pecho a las Hijas de María ni llevarían a cabo continuos concursos de bailes y cantos regionales para autodemostrar su acendrado amor a la patria chica. Las banderas de los balcones compradas a los chinos, que aparecieron como setas un primero de octubre coincidiendo con la algarabía catalana, y que quedó como la espuma reposada de una birra de cerveza, han perdido la color, y los salvapatrias se parapetan tras las mesas de despacho haciendo labor de zapa a la espera de mejor momento para no sabemos qué. Los pocos agricultores que van quedando en nuestros olvidados pueblos, en eso que ahora se ha dado en llamar la “España vaciada”, como bien señaló Miguel Delibes hace ya mucho tiempo, “están habituados a vivir de su trabajo y esa política de sentarse y extender la mano para recibir subvenciones no les satisface”. Es posible que en contra de esa desazonadora política comunitaria coincidan los ciudadanos utópicos y los que no lo son. Y en estas estamos ahora, confinados en nuestras casas a la espera de que ese cuélebre chiquito pero matón que llaman coronavirus se marche silente por donde llegó, que aquí, pues ya ve usted, ni se muere ni cenamos.

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