lunes, 25 de mayo de 2020

Como una ermita mochada



Leo hoy en El País una noticia que me ha dejado perplejo. Dice: “Podemos pide a la Asamblea de Madrid que suspenda a Ayuso como diputada por su apartotel”. La perplejidad no es por el “barato” que le hace Sarasola ahora y que ya le hizo a Albert Rivera antes. Mi perplejidad llega cuando leo la palabra “apartotel”. A mi entender, lo ideal hubiese sido escribir “apartotel” o “apartahotel”, si es que sirven tales palabrejas para definir algo que no se sabe muy bien si es chicha o limoná. Quitarle la hache intercalada (el único grafema de nuestro abecedario que en el español estándar no representa ningún fonema) es como derribarle la espadaña a una vetusta ermita situada en el otero de un páramo castellano. Una espadaña es una estructura mural que sobresale del tejado y que suele terminar en un pináculo. Sus vanos tienen como misión soportar a las campanas. A veces, es curioso, la importancia de una notica queda relegada a segundo plano cuando entre las líneas de su descripción aparece una falta de ortografía o una palabra chocante. A veces, digo, tiene más valor la salsa que los caracoles. A un inglés, por ejemplo, cuando lee la noticia de un crimen tremendo, cuyo autor es detenido por la policía a la pocas horas en un bar mientras unta un trozo de bizcocho en el café, le causa peor sensación que el criminal empapase el bollo en la taza de café que el horrendo crimen por el que se le detuvo. Si mezclamos dos palabras para elaborar una tercera (en este caso, apartamento y hotel) la palabra resultante deberá permanecer con la hache intercalada. El diccionario de la RAE admite la palabra “apartotel” y, por tanto, es correcto escribirla. Pero a mí sigue sin gustarme, como sigue sin gustarme la carne de conejo, o el cardo, por mucho que Plinio el Viejo, en su “Naturalis Historia”, señalase las virtudes de ese segundo producto culinario que con el acompañamiento de salsa de almendras que tanto gusta en Navarra y en Aragón.

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