Juan
José Millás, hoy en El País, compara la Monarquía con un cajón viejo comido por las
termitas que no nos atrevemos a quitar de en medio del pasillo. Y añade: “¡Qué
pereza moverlo! Dejémosla estar, pues, pero Felipe VI podría ahorrarse discursos de Navidad como el del
miércoles. No cuelan, Majestad: vivimos en planetas diferentes”. Sigue contando
Millás que “en el mueble del pasillo, comido por la polilla, conservamos la
vieja colección de discos de vinilo que en el futuro podría valer algún dinero.
No sé qué guardamos dentro del armario de la Monarquía, pero algo muy oscuro o
muy nuestro debe de ser cuando, pese a su historial de escándalos, no nos
decidimos a llevarla al trastero. Acabarán con ella las termitas antes que un
decreto”. Uf, cómo está el patio. Esta es la herencia que recibimos de Franco, del que no se podía esperar
nada bueno. Lo dejó todo “atado y bien atado”, para que siguiésemos pensando en
él después de muerto y después de ser cambiado de cementerio. Luis Rodríguez Ramos, en una “tribuna”
del mismo diario, señala: “Que el jefe del Estado sea inmune, mientras ostente
su cargo, es un atributo necesario tanto de reyes como de presidentes de
república; pero que se mantenga dicha inmunidad por actos criminales ajenos a
su condición pública, no parece una interpretación sostenible aplicando las
reglas hermenéuticas del Código Civil”. El anterior jefe del Estado, según se
desprende de los datos que obran en poder de la prensa extranjera, presuntamente
haya cometido dos delitos: cohecho pasivo impropio y contra la Hacienda pública.
Cosa distinta es que tales presuntos delitos hubiesen prescrito. Lo de los propágulos
tinerfeños también tiene mal arreglo. Que se lo pregunten a los vecinos de Taraconte.
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