Cada región de España tiene su acento en el habla. Los
del sur se comen letras, los de Zamora son cantarines a la hora de pronunciar, y
los vallisoletanos se expresan al modo de ese laísmo tan presente en las
novelas de Miguel Delibes. Pero una
cosa es cómo se habla el idioma castellano y otra distinta cómo se escribe.
Aunque, si me apuran, tampoco me importa mucho si a la hora de escribir se redacta
como se habla, verbigracia: “Las mil noches
de Hortensia Romero”, de Fernando
Quiñones, finalista al Premio Planeta
1979, donde Legionaria relata
sus experiencias eróticas; o “La Catira”,
de Camilo José Cela, Premio Anagrama 2008, encargada por el
gobierno Venezolano, novela escrita en lengua llanera y por la que el autor cobró dos millones de pesetas de la
época, sobre el que contaba José Carlos
Mainer (El País, 21-06-2008): “El libro es oportuno, está bien escrito
casi siempre y también a menudo tiene brío de buen ensayo. Al final, deja en un
educado claroscuro si Amelia Góngora,
la hija del emigrante español Manuel de
Góngora, fue la catira (la rubia) espectacular que Cela se trajo a España
como trofeo erótico…”. Lo que acabo de contar viene a cuento con un
artículo que escribe hoy Álvaro Romero
en El Correo de Andalucía. Bajo el
título “Hablo en perfecto andaluz”,
Romero señala: “A cada lengua, tan tiesa con su traje de palabras en el
diccionario de nadie, la vivifican sus acentos reales, de carne, hueso y
espíritu de generación en generación, gentes
con un deje concreto, con una íntima partitura para hacer eminentemente suya la
lengua que era de todos y a la vez de nadie. Gracias a los acentos,
todos tan respetables, la lengua -que es puro papel de fumar vacío- se enriquece
y es lo que es: un vehículo de comunicación perfecto capaz de cantar siempre el
mismo verso pero con distinta agua”.(…) “Así que cuando algún listo de fuera quiera darnos lecciones de lengua, le saldré
no solo con los grandes maestros del español que ha dado esta tierra, que
escribían tan bien como hablaban -desde un Alberti de la Bahía de Cádiz a un Juan Ramón de la Costa de la Luz onubense, desde una María Zambrano malagueña a un Juan Valera del sur cordobés-, sino con
la eficiente forma de comunicación que han tenido todos nuestros antepasados,
todos mis muertos”. Vamos, queda claro que lo importante es entendernos. Los
acentos en la pronunciación o los dialectos regionales siempre enriquecen el
castellano, un idioma que es de todos.
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