Cuando todavía estoy impactado por los efectos perniciosos
del azúcar, que alimenta las células cancerosas, desencadena aumento de peso,
promueve el envejecimiento prematuro y secretamente está acabando con nuestra
existencia, le toca el turno al arroz. Cuentan que tiene arsénico. Vamos, que
se va a acabar comer el roscón de Reyes y la paella del domingo. Lo que no sé
es cómo todavía estamos vivos. Yo, verán, tengo una teoría. Lo malo llega
cuando a un urbanita lo trasladas al campo para que tome el aire. Ahí es cuando
lo rematas. Acostumbrado como está a la polución ambiental, al humo de los
tubos de escape, a comer hamburguesas con mucho ketchup y mostaza, a masticar
pan de plástico, a asistir a conferencias insufribles y a vivir en casas de
pocos metros cuadrados, lo sacas de su ambiente y se acabó el carbón. Es como
cuando a un pez lo sacas de la charca infame y lo trasladas al río Asón para
que nade por aguas cristalinas y pueda ligar con las truchas y los salmones.
Siempre habrá un imbécil, civil o militar, que lo pesque a caña en Ramales de la Victoria o en Ampuero.
Todavía conservo en la memoria cuando nos avisaban los expertos de que el pescado azul era deletéreo para la salud. ¿Recuerdan? Más tarde resultó que no era así, que era rico
en ácidos grasos Omega 3, fundamentales para el buen funcionamiento cardíaco. ¿Y el
ciclamato? Está autorizado en la Unión Europea, pese a que sobre ese edulcorante
artificial se ha dicho que interfiere en la síntesis de hormonas tiroideas y
que puede producir alergias. Sin embargo sigue presente en la Coca
Cola Light, Zero,
gaseosa La Casera, Nestea sin Azúcar,
Fanta Zero, las mermeladas Hero Diet,
etcétera. ¿Y la intoxicación por anisakis? ¿Y el mercurio que contiene el atún
y el pez espada? Podría seguir con una lista interminable, pero me aburre.
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