Las pudorosas mujeres, conscientes de que el
recato era el colorido de la virtud, se ajustaron las peinetas con delicadeza
como si les esperase una calesa para llevarlas a los toros. Áurea Castrejón Brindis alargó el
pescuezo desde el balcón por ver en qué quedaba aquel sindiós. Los hombres
proseguían humeando ideales apoyados en la encalada tapia. Miguelito Laredo, alias Camagüey, daba los últimos arrimos a un
calderillo de sangría hecho a base de vino tinto peleón, canela, azúcar y
tropezones de cáscara de limón. Los hombres aguantaron ansiosos a que Miguelito
Laredo, alias Camagüey, recibiese órdenes de Áurea Castrejón Brindis para que
se diese de trincar al sediento, que era importante acto de cariño al prójimo.
Todos miraban hacia el balcón corrido, silentes, con pundonor y buena
disciplina, conscientes de que en la muchedumbre de opiniones se achataba el
juicio. --Aceite, padre, a las ruedas habría que echarle un poco de aceite--,
sentenció Pedro Cedrés al cura cuyo
nombre desconoce el cronista, para que la procesión pudiera proseguir su curso
acostumbrado. El cura sin nombre ordenó el envío de dos monaguillos de jornada,
o de racionamiento, o de retén, hasta la casa de Áurea Castrejón Brindis, la
más cercana al barranco, para que la doña les hiciese la merced de prestarles
la aceitera de su máquina de coser Singer. Los monaguillos de jornada, o
de racionamiento, o de retén, revestidos
de sotana roja y roquete blanco, echaron a correr hacia la tapia encalada. De
un cerro cercano salió con furia la onda expansiva de una bomba real lanzada
hacia una nube amenazante por Higinio
Gavilán, que trataba de evitar que pudiera formarse el pedrisco que devora
las cosechas. Tanto los cofrades que permanecían en la hoya acompañando el soporte
con el santo, como los hombres sentados junto a la tapia, o Áurea Castrejón
Brindis apoyada en la barandilla del balcón, sufrieron una especie de
parálisis. Los lugareños decían paralís,
que es una forma de paralización en seco de la motricidad del léxico que,
aunque no la contempla el Diccionario de la RAE, al entender del cronista enriquece el
vocabulario popular, que es de lo que se trata a la hora de entendernos. Todos
quedaron aturdidos por la deflagración, que a escape retumbó seca sobre el barranco.
Era un ruido diferente al que hacían los niños con los petardos y los mixtos.
Higinio Gavilán era uno de esos tipos que se las sabía todas, capaz de poner
lazos a los conejos, fabricar horchata de chufa, hacer esencias para
perfumerías y producir licores. El anís le salía a las mil maravillas. Extraía
el fruto seco del anís verde y lo dejaba macerando durante todo un día en
cantidad suficiente de agua, que mantenía tibia en un aparato refrescador, para
evitar que pudiera obstruirse el serpentín. Ya refinado, se lo vendía a doña Elvira para el Café Suspiros de España. Otra parte de
su producción iba a casa de Áurea Castrejón Brindis, que adquiría una garrafa
tras otra para obsequiar a sus invitados. El cura sin nombre se relamía con
aquel ojén. También Pedro Cedrés. A los monaguillos de jornada se lo rebajaban
con agua hasta conseguir una blanca palomita sevillana. Higinio Gavilán era
habilidoso en todo lo que se proponía. Auxiliaba a Pedro Cedrés en la obra
faraónica del botafumeiro, todavía en boceto, que por aquellos días llevaba
camino de durar más tiempo que las obras de El Escorial. Las chapas necesarias
para su fabricación las obtenían recortando y aplanando bidones de gas-oil que
le facilitaba Belfast; o sea, Perico Durango, el hippy de la
gasolinera, refractario a los valores del american way of life y que hacía el amor y no la guerra en la
trasera de su taller con la primera turista que se dejase. Allí guardaba el
compresor, las cubiertas de repuesto y las latas de aceite. Belfast, o Perico
Durango, que por ambos modos se le conocía en el pueblo, llevaba tatuada una
flor en el culo, escuchaba el “Rock around the clock”, de Bill Haley, el “Me and Bobby Mc
Gee”, de Janis Joplin, y se
sacaba cuarenta duros por bidón vacío. Higinio Gavilán sabía que el famoso biscúter
estaba fabricado con la chapa de dos envases de doscientos litros. El cronista
entiende que Higinio Gavilán tomó esas referencias para el futuro botafumeiro a
la hora de considerar las debidas proporciones. --Yo digo: tú recuperaste el cetro
de tu herencia, el monte de Sión, lugar de tu morada, y tú me respondes: obí,
obá, etcétera, con buena entonación, ajustándote al cuerpo el chaleco de moaré,
el corbatín al cuello, manteniendo el peinado a raya y sin que se te subleve la
misericordia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario