Justo es que el nombre de las divinidades se escriba con
mayúsculas. Es una regla de Ortografía. Lo mismo sucede, entre otras cosas, con
los nombres propios de personas, animales o cosas singularizadas. Lo que no se debe es rizar el rizo. Me explico: hoy, Antonio
Burgos, en ABC, firma un artículo
titulado Señor, haz el milagro.
Comienza: “Mi Señor del Gran Poder: ya que en Tus manos está toda Potestad y
Majestad, no sé por qué Te lo pido, si tengo la seguridad de que obrarás este
milagro, como tantos que haces calladamente, y de los que sólo se enteran esos
corazones que van a darTe las gracias cada viernes del año”. Observen ese “Tus”
y ese “Te”. Ahí las mayúsculas están fuera de lugar. Pero el colmo llega cuando
inventa algo nuevo en el vocablo: “darTe”. Ahí si que me pierdo. A mi entender,
una cosa es la razón de respeto, otra la razón de solemnidad; y otra, muy
distinta, poner mayúsculas a los nombres de los vientos. “Te”, entendido como
pronombre personal de segunda persona, masculino o femenino, singular, es una
forma determinada o indeterminada que, en acusativo o dativo, designa a la
persona a la que se dirige quien habla o escribe. Verbigracia: “conociéndote”.
De ninguna manera se puede escribir “conociéndoTe”, por mucha reverencia que se
deba rendir, en ese caso a la divinidad a la que se hace referencia. Pero Burgos
insiste: “Cada Viernes, las golondrinas que le quitaron las espinas quitan
también muchos dolores a los sevillanos que van a pedirLe una gracia”. Y un
poco más abajo: “Por favor, que no perpetren esa osadía contra el templo. Si el
Señor arrojó a los mercaderes del templo, ¿qué no hubiera hecho con los
arquitectos y los colaboradores necesarios que quieren desfigurárseLo?”. Lo
dejo ahí. A fin de cuentas, lo que aquí señalo es poca cosa si lo comparo con
las “genuflexiones dialécticas” y el vergonzoso vasallaje sumiso que Burgos
dedica en cada artículo cuando hace referencia a los parientes vivos o muertos
del actual jefe del Estado. De risa.
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