Cuenta hoy el diario Heraldo
de Aragón que “el 79 por ciento de los aragoneses no entienden la factura de la
luz”. Ello quiere decir que el 21 por ciento sí lo entiende. No está nada mal
ese porcentaje. Siendo así, me gustaría que alguien de los que lo entiende, me
lo explicase sin aturullarse, o sea, de forma clara, como si yo fuese un
parvulario o un adoctrinando al que le faltan las neuronas necesarias para
poder entender el dogma de la Santísima Trinidad. Hasta
ahora sólo sé que el recibo de la luz se compone de dos partes: una variable y
otra fija. La variable es la que dice Rajoy
que se modificará si llueve; la fija es la que no cambia nunca, aunque se hunda
el mundo. Es la que incluye los impuestos y otras gabelas, como sucede en el
caso de la gasolina. Aquí como en el Astete:
“¿La primera parte del recibo hay que pagarla?”. “Sí, padre”. “¿La segunda
parte del recibo hay que pagarla?”. “Sí, padre”. “¿Son dos pagos?”. “No, padre,
son dos consideraciones distintas y un solo pago verdadero”. Pues bien, como
sucede en la doctrina cristiana, los carentes de entendimiento necesitamos que
aumente el número de catequistas de la luz que nos iluminen con su pedagogía.
El que no sepa el catecismo, no podrá hacer la primera comunión vestido de marinerito
blanco; el que no entienda el recibo de la luz tampoco conocerá el espinoso
asunto de la corrupción ni el de las puertas giratorias y se convertirá en un
inicuo de tomo y lomo. Y si intentas colocar paneles electro-voltaicos para
consumo propio, habrás de pagar el impuesto
al Sol, que es como el óbolo de san
Pedro, pero confeccionado al estilo del presunto corrupto exministro Soria, el mismo tipo que dictó una
moratoria para las nuevas primas a las energías renovables (un sistema de
incentivos ideado por el Gobierno de Aznar
en 1997); el de los “papeles de
Panamá”; el que salió “ileso” del “caso
Salmón” al ser archivado por la magistrado del TSJC Margarita Varona; el que fue condenado a pagar las costas
judiciales por el “caso del chalet”;
el del “caso Eolo” (donde resultó
condenado en costas judiciales por imputar con mala fe —según consta en la sentencia
judicial— los delitos de calumnias e injurias al ingeniero y empleado del
Cabildo, Francisco Cabrera); el que
atravesó serias dificultades políticas por los casos de corrupción urbanística
que afloraron durante 2006 y 2007 en Canarias, etcétera. El día que ese 79 por ciento de
aragoneses inicuos (entre los que yo me encuentro) pueda llegar a entender sin fisuras el recibo de la luz,
cosa que no creo, se abrirá el cielo, sonarán las trompetas de Jericó y aparecerá
el carro de Elías y un coro de
serafines para anunciarnos a los ya conversos que acabamos de salir de nuestra
cerrazón y entramos en el buen camino.
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