El mes de febrero, llamado así en honor a las februa en las Lupercales, en la Antigua Roma, está plagado de
sentencias populares. Es mes corto donde ya busca la sombra el perro El
primero, santa Alicia; el segundo, la
Candelaria; el tercero, san Blas y santa Águeda
detrás. Sobre el día 4, san Gilberto,
no se dice nada. Será porque fue un sacerdote inglés, no sé. Sobre la Candelaria se cuenta que
ya está el invierno fuera; por san Blas, que los ajos sembrarás; por santa
Águeda, el sol entra en el agua. Y ya nos vamos al día 12, santa Eulalia, donde siempre el tiempo cambia; y el 14, san Valentín, cuando el invierno
anuncia su fin; el 18, san Simeón,
donde el invierno se da algún alegrón; el 23, santa Marta, donde entra el sol por las sombrías, pero no en las
más frías; el 24, san Matías: si
hace viento, lo hará cuarenta días; y el 25, san Donato, que mató a un dragón que había envenenado el pozo
local, devolvió la vista a Siriana y exorcizó a Asterio, se dice que mata marzo en tres
días y, si es bisiesto, al cuarto. Haría falta saber qué dice sobre febrero en
su boletín Mariano Castillo y Ocsiero,
natural de Villamayor. Su Calendario
zaragozano, libro de cabecera de los agricultores, se edita desde 1840. Lo
de “zaragozano” fue en honor a Victoriano
Zaragozano Zapater, médico y astrónomo, nacido en La Puebla de Albortón en 1545.
Entremezclar juicios meteorológicos con el santoral y los calendarios de las
ferias y mercados (salvo casi todos los de la provincia de Zaragoza) basándose
en el influjo de la luna, la situación de los astros, las cabañuelas y las
témporas se me antoja como un trabajo harto dificultoso y de discutible
acierto. Las cabañuelas era una técnica de origen judío donde, en función del
tiempo que hace cada uno de los primeros veinticuatro días de agosto, se
predice lo que hará en los doce meses siguientes. Las cuatro témporas, una por
cada estación, predecía el tiempo que iba a hacer en los siguientes tres meses
en función de la observación que se hiciese del cielo durante tres días seguidos,
sobre la medianoche, correspondiendo cada día con un mes de la témpora que se
trataba de predecir. Para la Iglesia
Católica, aunque ya no se incluyen en su calendario
litúrgico, las témporas se correspondían con los tres días (miércoles, viernes
y sábado) de ayuno que era necesario guardar antes del comienzo de cada
estación. Así, las témporas de primavera se corresponden con el miércoles,
viernes y sábado de la segunda semana de Cuaresma; las témporas de verano, esos
mismos días de la primera semana después de Pentecostés; las témporas de otoño,
esos tres días semanales siguientes a la Exaltación de la
Santa Cruz; y las témporas de invierno,
miércoles, viernes y sábado siguientes a santa
Lucía. Ah, y el 23, jueves lardero, longaniza en el puchero.
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