Me viene a la cabeza El
sabor de la tierruca, de José María
de Pereda, publicada en 1882. En
ella se hace una descripción de los montañeses (hoy diríamos cántabros) en el
siglo XIX: “La cajiga aquella, era un
soberbio ejemplar de su especie: grueso, duro y sano como una peña el tronco,
de retorcida veta, como la filástica de un cable…”. Pero no voy a seguir con el comienzo del libro
costumbrista, sino que prefiero escribir sobre otra cosa. Entre las muchas
curiosidades que aparecen en los medios, Reddit,
una Web con 150 millones de páginas
vistas mensuales, lanzó la siguiente pregunta: ¿A qué sabría la Tierra si tuviera el tamaño
de una uva? Aparecen multitud de respuestas. De entre todas ellas, me quedaría
con la del que firma como Redditaurus-Rex:
“Coge una bola de hierro [una bola de cojinete], caliéntala a 5.000grados y
luego ponle una capa de tierra y agua salada”. O sea, que no sabría a nada
salvo su corteza. Los más tontos del grupo, sin embargo, antes de probarla
preguntarían si la bola tiene sulfitos, gluten, colorantes o conservantes. La
estupidez humana es impresionante. Siempre pongo el caso de aquel tipo que,
tras comer como una escofina en un banquete familiar, pedía sacarina para echar
al café. Decía a los presentes que el azúcar engordaba. De todas formas, no
pasa nada. Elena Arzak dejó claro en
una entrevista que a la gastronomía española le falta autoestima. Yo diría que,
además de ello, les sobra osadía a los cocineros que intentan experimentar con
el comensal con esas “comidas de autor” insufribles. A Elena Arzak le gusta,
por ejemplo, una pimienta de Sicuani (China) que anestesia la boca. No sé qué
diría si le dejasen probar esa Tierra del tamaño de una uva. Doy por hecho que
no se trataría de un bombón de licor precisamente. En el supuesto de que al
masticarla triscase como un huevo de codorniz, los 6.000 grados Celsius de su
interior le dejarían la lengua más que anestesiada, o sea.
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