jueves, 23 de febrero de 2017

Una flor de azafrán obró el milagro





Sobre Pedro Cedrés, sobrestante de la Renfe y vendedor al detall, contaban los que lo sabían que estuvo platónicamente enamorado de doña Elvira. Alguna que otra tarde se acercaba hasta el Café Suspiros de España por atún y ver al duque; o sea, a tomar unas cañas de cerveza y, si se terciaba, para hallar la forma de entrecruzar con doña Elvira una ojeada furtiva, o para ponerle al día sobre los avances en el esquema de su botafumeiro. Uno de aquellos días, Pedro Cedrés le contó a doña Elvira una historia sobre san Valentín y el azafrán. Doña Elvira le escuchó como quien ve llover, es decir, sin prestarle la menor atención.  En el Café Suspiros de España siempre había mucho trabajo y no se podía perder el tiempo atendiendo simplezas sobre braserillos, o sobre incensarios. Doña Elvira no tenía ni idea sobre para qué podía servir un botafumeiro, o un incensario enorme, que las hechuras eran lo de menos. Tal pericote de sacristía le resultaba servil, cansino, fatuo y meapilas. Se contaba que una mañana san Valentín languidecía en prisión y que un carcelero le llevó a su hija Julia para que éste la curase. Valentín le aplicó un ungüento y le pidió que volviese otro día para continuar con el tratamiento. Pasaron varias jornadas y la niña no mejoraba. Valentín, antes de ser ejecutado, le escribió una carta. Cuando el carcelero regresó a su casa fue saludado por su hija enferma. Ella abrió el sobre que le enviaba el ejecutado y descubrió una flor de azafrán en su interior. Al derramarse el polvillo de los pistilos en la palma de su mano la chica recobró la vista. --Yo digo, la generosidad con que David perdonó a Saúl es ejemplo de compasión y misericordia divinas, y tú contestas obí, obá, cada día yo te quiero más, obí, obá, obí obá con humildad, sin desafinar y sin que parezca que estás hecho a manías. Piensa que las palabras de esas harpías de olor bravo, peineta y rosario enredado entre las manos pueden llevar más veneno en su saliva que las culebras que asoman por la grietas del barranco y electricidad estática en los refajos y en la cera de las velas. Cuando las cosas se tuercen es mejor no hacer aspavientos ni pretender dar trallazos a los lagartos de rabo cortado. No trae cuenta--. Pedro Cedrés, ferroviario y tendero, leía por aquellos días el epítome Vibraciones de mi alma, de Pascual Navarro Pérez, un compendio de ripios de consuelo para almas atribuladas, para contenerlas en su deseo de venganza y perdonar las ofensas. Estaba prologado por el catedrático Manuel Sancho Izquierdo y dedicado al cardenal primado Enrique Reig, nihil obstat  de Valentinus Hernández, con una rúbrica, y el imprimatur, de Rigobertus, Archiepiscopus Cesaraugustanus, con rúbrica y sello arzobispal de Rigobertus, o Rigoberto, que es nombre de origen germánico y significa el resplandor del príncipe, con onomástica  el 4 de enero. A san Rigoberto, su ahijado Carlos Martel  le quitó el Arzobispado de Reims y le obligó a retirarse a la Gascuña hasta su fallecimiento. El santo sarasa, cuyo nombre desconoce este cronista, inmovilizado sobre el barranco, tal vez pudiera ser san Rigoberto. Verbigracia, como Rigoberto Doménech, aquel arzobispo que medía poco más del metro de alzada, que vio con buenos ojos la ocupación represora de los sublevados, con Cabanellas a la cabeza, en la Zaragoza de mediados de julio de 1936, y que llegó  a expresar sin empacho que “la violencia no se hace en servicio de la anarquía sino lícitamente en beneficio del orden, la Patria y la Religión” el  10 de agosto, festividad de san Lorenzo, cuando hisopaba el sanatorio de la Cruz Roja. El cronista entiendía entonces, y entiende ahora, que la violencia nunca era lícita y que los tipos que nunca hacían nada de fuste, pero que hablaban de orden, Patria y Religión en las homilías, solían ser vengativos y se amoldaban por dónde soplaba el viento apegados a la costumbre de sembrar dolor, y que de nada servía meterles una vara de avellano por el ojo del culo por ver de domeñarles los impulsos fascistas.

No hay comentarios: