El cura
sin nombre, el cronista tampoco supo nunca su nombre, tanteó el modo de aflojar
la mariposa del eje de la rueda, una vez que hubo calzado el podio del santo
con horcachas de madera en el hoyo del badén de la torrentera, con la estimada
asistencia de Pedro Cedrés, que
además de sobrestante de la
Renfe tenía tienda de comestibles, se daba maña para esgrimir
los desmontables y separar el hollejo de la cubierta por uno de los costados
hasta desembuchar la cámara, extraerla de la llanta como si se tratase de un
mondongo de matacía y marcar con un potente gargajo el orificio por donde se
espantaba el aire, para más tarde
adherirle un parche a modo de cataplasma, volverla a acoplar en su lugar e inflarla con el
refuerzo de un bombín y de un racor. Áurea
Castrejón Brindis, caliente, sensual e inteligente, examinaba la maniobra
desde el balcones de su casa, por el que siempre asomaba la gaita por ver
desfilar las procesiones, o las charangas. Áurea Castrejón Brindis llevaba a
Dios en su corazón y se lo exteriorizaba a Miguelito
Laredo, alias Camagüey.
Miguelito asentía fehacientemente con el soporte del talento. Áurea le saciaba el rijo y le aportaba algo
de dinero por cuidarle las gallinas, los patos, los pollos capones, por regarle
el huerto y podarle los árboles frutales cuando era necesario, que todos los
años era necesario por las mismas fechas. Áurea Castrejón Brindis conservaba un
botafumeiro del tamaño de un picaporte que siempre estaba muy limpio por el
frote de bicarbonato con un paño de algodón. Áurea Castrejón Brindis sostenía
que el sidol devoraba mucho la plata y los doradillos en general, siendo
consciente de que, a una mala, siempre resultaba preferible el uso de ceniza de
cigarrillo humedecida, como ya había probado con acierto para desprender el
venenoso cardenillo. Pedro Cedrés visitaba por aquellos días la casa de
Áurea Castrejón Brindis para fijarse en
aquel raro adminículo y plasmar borradores in situ del pequeño
botafumeiro sobre cartulinas que tomaba de su tienda de provisiones, Comestibles
y frutas Casa Cedrés, fresh fruit, canned food, y que aprovechaba por uno de los lados, por
donde no había anuncios de caldo Maggi, de Torrefacto Columba, o
de quitapenas, como el anís de La Asturiana, donde añadía la cantinela:
Cuando yo estaba en La Habana,
a mi España no olvidé,
porque conmigo llevé
siempre anís de La Asturiana”.
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