martes, 21 de febrero de 2017

A bordo del Guadalupe





El cronista es conocedor de que a Áurea Castrejón Brindis le enorgullecía hacer tareas de sensibilidad y consiguió del alcalde que cambiara el nombre de las siete calles del pueblo. También confortaba a Miguelito Laredo, alias Camagüey, algo falto de cariño y protección según aseveraba cada vez que le rozaba sus partes pudendas y le hacía el francés. A Miguelito Laredo, alias Camagüey  le relamía el deleite cuando Áurea Castrejón Brindis le practicaba el francés, la lluvia dorada y el beso negro a la manera en la que se concebía en Colombia; o sea, a las mil maravillas. Miguelito Laredo, alias Camagüey, siempre fue agradecido y supo corresponder en la mesura de sus frenesíes. A Áurea Castrejón Brindis le tenían  pelusa los del pueblo. La gente de los lugares pequeños era resentida y quisquillosa con quienes arrollaban, disponían de patrimonio e intervenían para cambiar los nombres de las calles. Aquel pueblo tenía entonces, no sé ahora, siete calles, un barranco y dos plazas. A más de uno le dieron el paseo durante la Guerra Civil por envidia, o por no oír misa los domingos y fiestas de guardar. A Áurea Castrejón Brindis la motejaron como Piojoverde por haber salido de España a tiempo cuando el hambre hacía devastaciones incluso entre los campesinos en años duros y cuando la Comisaría de Abastos fiscalizaba los bienes de consumo para impedir el estraperlo. Áurea Castrejón Brindis no dispuso jamás de tierras, ganado ni de casa propia, a su padre le fusilaron los fascistas en una hondonada próxima a Torrelapaja al poco de comenzar la contienda. Áurea Castrejón Brindis se marchó con lo puesto hasta Valencia para servir en casa de una tía paterna poco antes de que las tropas de Franco tomasen Vinaroz. Abordó el vapor Guadalupe rumbo a América y se libró de males que acabaron con familias enteras. También de una plaga apocalíptica que visitó en calidad de okupa las viviendas de los agobiados españoles a partir de 1940, el terrible tifus exantemático, transmitido por el sin papeles piojo verde. Áurea llegó a Medellín dispuesta a trabajar en un drugstore, a los que por esos pagos se les conocía como almacenes de coloniales. Se llamaba  La Negrita Alegre, regentado durante muchos años por doña Rosa Fresneda Nebot, nieta de un español de Figueras. Además de ello, gestionó con  oficio otro negocio no menos rentable que el anterior en el cogollo de Medellín. Se trataba de  una casa de lenocinio rellena con un pelotón de muchachas en edad de merecer de las más variadas nacionalidades. Áurea Castrejón Brindis se convirtió en encargada porque doña Rosa Fresneda Nebot estaba achacosa y necesitaba la colaboración de persona de buen aspecto y que no le hiciese fullerías en las cuentas. En aquel pueblo de piojos resucitados, donde las lagartijas carecían de rabo y los alacranes se protegían bajo las piedras calizas del barranco, la motejaron como Piojoverde por envidia pese a haber estado exenta de tan triste padecimiento. La gente de aquellos pueblos no era mala, pero tampoco era buena. Motejaba al que se le cruza en el camino sólo por hacerle de menos y darle por retambufa.

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