sábado, 25 de febrero de 2017

No hay novena sin octava





La calle se siguió llamando Tales de Mileto.  El alcalde ya había hecho desaparecer el rótulo anterior, dedicado a José Calvo Sotelo, al que los fascistas llamaban Protomártir. Pero el cura entendía que protomártir sólo lo fue san Esteban, que la Iglesia celebraba cada 26 de diciembre. Las manolas, muy disciplinadas, permanecían sedentarias y en formación, en fondo de tres y sin salirse del rebaño, cerca del cura sin nombre y de un santo enteco, con aire de perder aceite y con la mirada plácida. Se ha de omitir por desconocimiento nombre y supuestos portentos, aunque el cronista sea consciente de que no existe santo sin milagro ni novena sin octava. El cura retomó la lectura. Unas piadosas cofrades con escapulario sobre pecho y espalda atendían con atención.
--Tracto, escucha cielo, y hablaré, y oiga la tierra las palabras de mi boca, sean esperadas como la lluvia y desciendan como el rocío, como la lluvia menuda sobre la grama y como nieve sobre el heno, porque invocaré el nombre del Señor.-- Entre vahos pestilentes a chotuno, esa fetidez nauseabunda de algunas cofrades que jamás se lavaron sus partes pudendas en evitación de pillar catarros, algunas manolas orinaron de pie, abriéndose de piernas sobre los alacranes y sobre las lagartijas sin rabo que huían veloces a cobijarse bajo los pedruscos.
--Deja a la abuela que se alivie, que son muchas horas de procesión--, apuntó una manola a su hija pequeña con naturalidad y una pizca de desdén. La niña, de aspecto travieso, sacó un yo-yó de uno de los bolsillos de su falda y se puso a jugar mientras hacía globos y ruidos de lo más desagradable con la rosaza goma de mascar.
 --¡Oye, niña, deberías mostrar un poquito de respeto!--, le espetó una manola con muy malos modales instantes antes de situar su mirada sobre las facciones del santo. A aquella manola le ponía cachonda el santo. También, el cura en el confesionario. Cuando le trasladaba sus íntimos secretos implorando perdón, el cura, que siempre consolaba el dolor ajeno,  le recetaba de penitencia tres rosarios y una limosna para el santo, que era muy milagrero, aunque nunca supiese el cronista su nombre. Tal vez fuera uno de los Siete Santos Fundadores de los Servitas: Alejo, Bonfiglio, Bonajunta, Amideo, Sosteneo, Logoringo y Ugocio.  Todos ellos fueron individuos de esclarecidas virtudes y de la Orden Tercera fundada por san Felipe Benicio, a los que cada 17 de febrero la Iglesia les dedicaba la misa de Feria del Tiempo Ordinario.  La manola se llamaba Luzmari y su marido administraba una fábrica de gaseosas de mucho prestigio en la comarca. A Luzmari le gustaba leer a Bécquer y jugar a la canasta con las damas de la parroquia. También con el cura, que siempre les ganaba la partida antes del rosario. Todas ellas llevaban al despacho parroquial la botella de anís Manolete, cuando se terminaba y por riguroso orden, porque al cura sólo le gustaba el anís Manolete y los bizcochos de soletilla de la bilbilitana Confitería Caro, que también servía merengues, almendras garrapiñadas, peladillas, carquiñoles, etcétera, a distintos ambigús y casas de comidas de los pueblos de su alfoz por medio de valijero. Y por aquello de que el río Jalón discurre por Calatayud después de haber unido sus aguas con las del río Jiloca algo más arriba, el cronista desea hacer dos precisiones por si ofreciesen dudas al lector de estos manuscritos: 1) por esas tierras, a los carquiñoles (pasta de harina, huevos y almendra machacada a la que se da diversas formas) les llaman “carquiñones”, palabra que no contempla el Diccionario de la RAE; 2) el cronista se atreve a escribir “ambigús”, plural de ambigú, por tratarse de una voz extranjera, en este caso de procedencia francesa, que sólo forma el plural con “s”; verbigracia: gachís, pirulís, popurrís, champús, menús, vermús, etcétera.

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