La
calle se siguió llamando Tales de Mileto. El alcalde ya había hecho desaparecer el
rótulo anterior, dedicado a José Calvo
Sotelo, al que los fascistas llamaban Protomártir.
Pero el cura entendía que protomártir sólo lo fue san Esteban, que la
Iglesia celebraba cada 26 de diciembre. Las manolas, muy
disciplinadas, permanecían sedentarias y en formación, en fondo de tres y sin
salirse del rebaño, cerca del cura sin nombre y de un santo enteco, con aire de
perder aceite y con la mirada plácida. Se ha de omitir por desconocimiento
nombre y supuestos portentos, aunque el cronista sea consciente de que no
existe santo sin milagro ni novena sin octava. El cura retomó la lectura. Unas piadosas cofrades con escapulario sobre pecho y espalda atendían con atención.
--Tracto,
escucha cielo, y hablaré, y oiga la tierra las palabras de mi boca, sean
esperadas como la lluvia y desciendan como el rocío, como la lluvia menuda
sobre la grama y como nieve sobre el heno, porque invocaré el nombre del Señor.-- Entre
vahos pestilentes a chotuno, esa fetidez nauseabunda de algunas cofrades que
jamás se lavaron sus partes pudendas en evitación de pillar catarros, algunas manolas orinaron de pie, abriéndose de
piernas sobre los alacranes y sobre las lagartijas sin rabo que huían veloces a
cobijarse bajo los pedruscos.
--Deja
a la abuela que se alivie, que son muchas horas de procesión--, apuntó una manola a su hija pequeña con naturalidad
y una pizca de desdén. La niña, de aspecto travieso, sacó un yo-yó de uno de
los bolsillos de su falda y se puso a jugar mientras hacía globos y ruidos de
lo más desagradable con la rosaza goma de mascar.
--¡Oye, niña, deberías mostrar un poquito de
respeto!--, le espetó una manola con
muy malos modales instantes antes de situar su mirada sobre las facciones del
santo. A aquella manola le ponía
cachonda el santo. También, el cura en el confesionario. Cuando le trasladaba
sus íntimos secretos implorando perdón, el cura, que siempre consolaba el dolor
ajeno, le recetaba de penitencia tres
rosarios y una limosna para el santo, que era muy milagrero, aunque nunca
supiese el cronista su nombre. Tal vez fuera uno de los Siete Santos Fundadores de los Servitas: Alejo, Bonfiglio, Bonajunta, Amideo, Sosteneo, Logoringo y Ugocio. Todos ellos fueron
individuos de esclarecidas virtudes y de la Orden Tercera fundada por san Felipe Benicio, a los que cada 17
de febrero la Iglesia
les dedicaba la misa de Feria del Tiempo Ordinario. La manola
se llamaba Luzmari y su marido
administraba una fábrica de gaseosas de mucho prestigio en la comarca. A
Luzmari le gustaba leer a Bécquer y
jugar a la canasta con las damas de la parroquia. También con el cura, que
siempre les ganaba la partida antes del rosario. Todas ellas llevaban al
despacho parroquial la botella de anís Manolete, cuando se terminaba y
por riguroso orden, porque al cura sólo le gustaba el anís Manolete y
los bizcochos de soletilla de la bilbilitana Confitería Caro, que también servía merengues, almendras garrapiñadas,
peladillas, carquiñoles, etcétera, a distintos ambigús y casas de comidas de
los pueblos de su alfoz por medio de valijero. Y por aquello de que el río
Jalón discurre por Calatayud después de haber unido sus aguas con las del río
Jiloca algo más arriba, el cronista desea hacer dos precisiones por si
ofreciesen dudas al lector de estos manuscritos: 1) por esas tierras, a los
carquiñoles (pasta de harina, huevos y almendra machacada a la que se da
diversas formas) les llaman “carquiñones”,
palabra que no contempla el Diccionario de la RAE; 2) el cronista se atreve a escribir “ambigús”, plural de ambigú, por tratarse de una voz extranjera, en este caso de
procedencia francesa, que sólo forma el plural con “s”; verbigracia: gachís, pirulís,
popurrís, champús, menús, vermús, etcétera.
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