Licarión González
Garrafé fue pastor de ovejas, sabe tocar la armónica y conoce el tiempo que
va a hacer por las nubes que pasan. Licarión me contaba el otro día la suerte
que tenemos de ser españoles. “Imagínese -me decía- si llegamos a nacer en
Alemania sin saber alemán, o en China
sin conocer el mandarín…”. Licarión es un tipo calmado y alma de cántaro. Hace
años compró una viña próxima al oleoducto Rota-Zaragoza, arrancó las cepas y
plantó unas hileras de albérchigos de las variedades moniquí y paviot. También
se hizo con una moto-bomba Prat para
sacar agua de un pozo y poder regarlos sin contador municipal. Cada vez que
puede, se acerca a su terruño y se dedica a retirar pedruscos. Cuantos más
quita, más piedras afloran a la superficie. Es el cuento de nunca acabar.
Licarión González Garrafé domina el arte de liar pitillos con una sola mano y
enciende las cerillas en la suela de su bota, como había visto en las películas
del Lejano Oeste.
--Oiga, José Ramón,
¿usted cree que las putas muertas en la folla pueden ir a seno de Abraham?
--Hombre, no sabría decirle.
--¿Le apetece un trago?
--Venga.
Sentados en un ribazo bebemos vino de garnacha de una bota.
Licarión aflora la filosofía que lleva dentro. En el bolsillo de su chaqueta asoma
la esquina de una sobada novela de Marcial
Lafuente Estefanía.
--Hace poco leí algo que me tiene preocupado en el libro “Aragón a la brasa”. Según se cuenta, un
tal Pascual Miñambres, que llevaba
sepultado casi cincuenta días apareció por su casa como si no hubiese pasado
nada. A la mañana siguiente aparejó el macho y se fue a faenar. Dicen que vivió
otros veinte años haciendo vida normal y que cuando se murió de verdad le
prendieron con un bidón de gasolina. Y un vecino que asistía a todos los entierros
dijo: “Ese ya no vuelve”.
--¿Y volvió?
--Eso ya no lo pone en el libro.
Al anochecer regresamos al pueblo subidos en la guzzi picaraza. Licarión la conduce, yo
voy de paquete. Las campanas de la parroquia avisan de las vísperas en honor de
san Trifón, santo milagrero que fue
capaz de amansar basiliscos con la imposición de manos. Supongo que esos
milagros harían referencia a ese ramillete de solteronas malhumoradas que
cantan en los oficios religiosos aquello de “venid
adoradores, adoremos…”, que mean de pie, que no se dejan palpar ni tienen
con quién medirse el gusto.
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