Una vez arreglada la rueda, el cura se puso
al frente de la procesión y los
feligreses tiraron de la peana con fuerza. Fue entonces cuando dijo el cura:
--Profecía undécima, Deuteronomio, 31. En
aquellos días escribió Moisés el
cántico siguiente, y lo enseñó a los hijos de Israel, y el Señor mandó a Josué, hijo de Num, y le dijo, anímate y ten valor, porque tú introducirás a los
hijos de Israel en la tierra que les prometí, y yo estaré contigo. Amén.
Una señora muy fondona vestida de manola se resbaló al pisar una piedra y
se torció el tobillo. Comenzó a vociferar de amargura. Dos monaguillos de retén
que iban delante del cura, uno alzando la cruz procesional y el otro meneando a
ritmo de milonga el incensario, supone el cronista que en un vano intento de
prestar ayuda, se acercaron al punto en el que ésta se encontraba. Las
lagartijas sin rabo se cubrieron en los boquetes de la tierra y los alacranes
se embutieron debajo de los guijarros. El cura, ante semejante bulla, cesó en la
lectura del Deuteronomio. Se acercó una pareja de guardias civiles, apartaron a
los misarios y reclamaron las asistencias del practicante titular, agnóstico
por parte de padre, y que en aquellos momentos se hallaba en la barra del Café Suspiros de España tomando unos
chatos de vino de pasto, un platillo de
aceitunas rellenas de anchoa y unos mejillones al vapor. De pasada, le
explicaba a una sirvienta de muy buen ver la forma en la que se debía operar un
papiloma plantal con adormecimiento in situ. Atilano Pimentel, además de practicante titular, era pedicuro y
cirujano menor. La procesión volvió a detenerse. Los hombres marcharon hasta la
tapia para fumar otro cigarro de ideales y aflojar las vejigas contra la
encalada pared.
--Yo digo, para Víctor Pradera la
Iglesia se salvó a sí misma en Trento. Y tú me respondes,
obí, obá, cada día yo te quiero más, etcétera, con apoteosis y arrebato, pero
sin levantar polvo con la algazara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario