jueves, 23 de febrero de 2017

Mera terapia ocupacional





Miguelito Laredo, alias Camagüey, estuvo en Sevilla y conocía la maña de las pajilleras de Chapina, con y sin cascabeles, y bien hacer de las meretrices de la Alameda de Hércules a la hora de emplearse en ordeñar al feligrés. Áurea Castrejón Brindis tampoco era manca. Solía domeñar a Miguelito Laredo, alias Camagüey, hasta dejarlo abatido sobre el cobertor después de una mansa ceremonia siempre repetida; o sea, de administrarle un vaso de whiskey y de contarle historias de cuando anduvo por Medellín ganándose la vida. Miguelito Laredo, alias Camagüey, prefería que le describiese patrañas de caporales. Áurea, por añadirle complacencia, abría el armario, sacaba una novela de Lafuente Estefanía, se sentaba sobre la cama y comenzaba a leer en voz alta. Al rato, tras un sorbo de agua para calmar el secaño de la lengua, miraba al amansado Miguelito. Éste se quedaba dormido con el revólver bajo la almohada y los fluidos, que ya se habían quedado fríos, sobre su barriga. Áurea Castrejón Brindis le limpiaba dócilmente con una toallita de bidé en la que rezaba “Hotel Méjico, Santander”, que se llevó en la maleta sin darse cuenta al regreso de una corta estancia que hizo por ver a unos primos de Guarnizo. A Melquíades Álvarez lo sacaron de San Antón y le dieron muerte más tarde. Unos milicianos se asombraron de lo poco que pesaba su cuerpo cuando lo tomaron de pies y brazos para echarlo sobre la caja de un camión. Tal fue el ímpetu de aquellas bestias que don Melquíades voló por los aires, cayendo  al suelo al otro lado de la calzada. El cadáver del padre de Áurea Castrejón Brindis no apareció jamás. Áurea Castrejón Brindis conservaba una fotografía suya bastante descolorida en la que conducía por el ramal a una mula. La foto, junto a otras muchas, estaba guardada en una caja metálica de carne de membrillo de Puente Genil.  Miguelito Laredo, alias Camagüey, siempre fue conocedor de que, junto a la caja de fotos, Áurea ocultaba un vibrador a pilas. A Miguelito Laredo, alias Camagüey, le deleitaba que Áurea Castrejón Brindis le procurase restriegues por el espinazo con aquel aparato bruno y garrafal, semejante al miembro viril de un senegalés y que producía el mismo sonido que una maquinilla de rasurar el pelo de la barba. A Miguelito Laredo, alias Camagüey, también le gustaba vestirse con la ropa interior de Áurea Castrejón Brindis: su braga, su sujetador, sus medias de seda y sus zapatos de tacón. Se colocaba el cinto con el revólver simulado y le pedía a ella que se dispusiese de codos sobre la mesa. Entonces, Miguelito Laredo, alias Camagüey, pinchaba en el giradiscos un microsurco de Los Panchos, se arrimaba a Áurea Castrejón Brindis sigilosamente, la abría de piernas, levantaba su falda, le aplicaba vaselina boricada y la penetraba con el celo de un caballo percherón. Cuando Áurea Castrejón Brindis llegaba al orgasmo, Miguelito le mordísqueaba  el cuello con habilidad para no dejar marcas. Terminado el ritual, bebía a sorbos chicos un vaso de bourbon. El triqui-triqui agotaba considerablemente. Miguelito Laredo, alias Camagüey, estaba falto de cariño y protección. Todo lo que le practicaba a Áurea Castrejón Brindis no era cosa distinta que mera terapia ocupacional.

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