domingo, 30 de abril de 2017

Anécdota de un caracolero






Esteban Trigo, hijo de un jefe de tren de los Caminos de Hierro del Norte de España y autor del librito “Mi pequeña historia de aquel viejo Arrabal”, a propósito de la hambruna existente durante la posguerra y del estraperlo reinante, describe en su libro la anécdota de un caracolero, cuyo nombre no consta, que durante la posguerra aprovechó su picaresca para viajar gratis en el tren y robar mercancía: “Mi padre me contó que un día de tiempo inclemente, no sé en qué pueblo, un transeúnte, tal vez  un caracolero,  le rogó que le permitiera viajar en un furgón hasta Zaragoza y él, compadecido, accedió. Mal pagaría aquel sujeto el favor, puesto que al llegar a destino, revisando la mercancía que transportaban –creo que se trataba de cajas de pescado—mi padre notó que faltaban algunas. Sin duda, el ingrato viajero, que ya había desaparecido, las arrojó en marcha y en esos momentos, ya estaría camino de ir a recogerlas”. (Esteban Trigo Estúa, “Mi pequeña historia...” Ediciones 94, Zaragoza, 1ª edic., 1988, pp. 67-68 y 69). Trigo hace referencia a abusos por parte de los ferroviarios de entonces, “que no tenían escrúpulo alguno en rebajar el peso de las mercancías con las que traficaban en aquella economía sumergida. La Compañía del Norte se vio obligada a tener que crear su propio cuerpo de vigilancia para la custodia de mercancías en los andenes así como las instalaciones ferroviarias. Aquellos vigilantes vestían de marrón, iban armados con un rifle y se les conocía como escopeteros pero la ciudadanía les apodó como abisinios.

No hay comentarios: