Esteban Trigo, hijo de un
jefe de tren de los Caminos de Hierro del
Norte de España y autor del librito “Mi
pequeña historia de aquel viejo Arrabal”, a propósito de la hambruna
existente durante la posguerra y del estraperlo reinante, describe en su libro
la anécdota de un caracolero, cuyo nombre no consta, que durante la posguerra
aprovechó su picaresca para viajar gratis en el tren y robar mercancía: “Mi padre me contó que un día de tiempo
inclemente, no sé en qué pueblo, un transeúnte, tal vez un caracolero, le rogó que le permitiera viajar en un furgón
hasta Zaragoza y él, compadecido, accedió. Mal pagaría aquel sujeto el favor,
puesto que al llegar a destino, revisando la mercancía que transportaban –creo
que se trataba de cajas de pescado—mi padre notó que faltaban algunas. Sin
duda, el ingrato viajero, que ya había desaparecido, las arrojó en marcha y en
esos momentos, ya estaría camino de ir a recogerlas”. (Esteban Trigo Estúa,
“Mi pequeña historia...” Ediciones
94, Zaragoza, 1ª edic., 1988, pp. 67-68 y 69). Trigo hace referencia a abusos
por parte de los ferroviarios de entonces, “que
no tenían escrúpulo alguno en rebajar el peso de las mercancías con las que
traficaban en aquella economía sumergida. La Compañía del Norte se vio
obligada a tener que crear su propio cuerpo de vigilancia para la custodia de
mercancías en los andenes así como las instalaciones ferroviarias. Aquellos
vigilantes vestían de marrón, iban armados con un rifle y se les conocía como
escopeteros pero la ciudadanía les apodó como abisinios.
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