Señalar, como señala la prensa, que “la asistencia a la misa
del Domingo de Resurrección ha sido la única actividad pública que han llevado
a cabo los reyes esta Semana Santa en Mallorca”, se me antoja como algo
intrascendente y que pertenece al ámbito privado de cualquier ciudadano. Una
actividad pública del jefe del Estado es otra cosa. Lo de ayer en Mallorca es,
si ustedes me lo permiten, un “termómetro” que indica el “calor” con el que los ciudadanos acogen
la visita de Felipe VI a una
concreta Comunidad Autónoma donde pasa los veranos. Tal vez esa visita al
País Vasco o a Cataluña, donde también existen magníficos lugares para
ociar en el estío, hubiese sido recibida con una clara “hipotermia”. A un jefe
del Estado no se le exige que vaya a misa en Palma de Mallorca, de romería a la
ermita de Santa María de los Pinares en Cerro Muriano, o que rece el rosario en
familia. España es una monarquía parlamentaria en la que el rey
ejerce la función de jefe de Estado bajo el control del Poder Legislativo y del
Poder Ejecutivo. El nacional-catolicismo,
por fortuna, pertenece a una etapa
histórica reciente que es mejor olvidar. No hay que confundir. Una actividad
pública del jefe del Estado sería, verbigracia, visitar de forma oficial las
ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, situación que no se ha producido todavía
desde la segunda restauración de la Casa
de Borbón en España, esta última por obra y gracia del dictador Franco, hace casi 42 años. Esa sí sería, a mi entender, una
actividad pública necesaria y urgente que ya no admite más demoras.
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