Se me antoja como chocante un trabajo de Ana Enterría en la portada de hoy de El Correo de Andalucía. Bajo el epígrafe
“La tradición, por delante”,
Enterría hace referencia a las pasadas procesiones de Semana Santa a su paso por
La Campana,
señalando que “es una muestra de error de tratar por igual a franquicias y
negocios locales que dan identidad a nuestra ciudad”, refiriéndose a Sevilla.
En efecto, existe un negocio de confitería, La
Campana, que lleva instalada en ese punto desde 1885 y ya
es parte de la identidad sevillana, como lo son Las Escobas (1386), El Rinconcillo (1670), Bodega
Morales (1850), Las Teresas
(1870), Bodega Díaz-Salazar (1908), Bodeguita La Aurora (1913), Bodega Casa Mateo (1918), La Flor de Torazno (1918); La Goleta
(1920), Blanco Cerrillo (1926),
etcétera. Otros establecimientos murieron por culpa de la globalización, como Los Corales (1938), con entrada por Sierpes y por Almirante Bonifaz, donde
acudían regularmente Rafael el Gallo,
Juan Belmonte y la rejoneadora Conchita Citrón, ganaderos, críticos
taurinos y escritores. Y en esa misma calle, Casa Calvillo (Sierpes esquina a Jovellanos) donde era fácil
encontrarse con Lola Flores, Manolo Caracol o Rafael de León. Los Corales
cerró sus puertas a principios de los 80. Casa
Calvillo conservaba un gran azulejo, obra de Facundo Peláez, que representaba la caseta que ese bar tuvo en 1934
en la Feria de
Abril cuando todavía se celebraba en el Prado de San Sebastián, así como un
reloj elevado en la esquina Sierpes-Jovellanos que en 1974 quedó parado debido
al costoso mantenimiento de su mecanismo. Pues bien, una nueva normativa
municipal obliga a retirar mesas y sillas de ese y otros establecimientos de la
zona en beneficio de los transeúntes. Los responsables de la confitería La
Campana señalan que con esa circunstancia tendrán una
pérdida estimada diaria de 1.500 euros y ya se plantean hacer un ERE. Lo que no
se entiende es que las franquicias de esa plaza (entre ellas un McDonald’s) deban quitar sus veladores
por despejar espacio y la confitería La Campana
se vea exenta de ese cumplimiento por el hecho de se un negocio sevillano
centenario. Hay que evitar agravios comparativos y el lucro cesante debe ser
igual para todos con la supresión de veladores. Parece fuera de lugar que Ana
Enterría entienda, y así lo exprese en su periódico, que “La
Campana es un local familiar, un negocio de gente
sevillana y trabajadora que lleva por bandera las costumbres de nuestra
capital. Ni que decir tiene que está por encima de cualquier hamburguesería
impersonal, donde no se siente ni se defiende ninguna identidad, donde Sevilla
no significa más que una ubicación donde seguir vendiendo un producto sin
personalidad”. Eso es mucho decir. Es como pretender, por ejemplo, imponer una
tasa municipal a todo aquel turista que no consuma cerveza Cruzcampo; que, por cierto, pertenece a la multinacional holandesa Heineken Pilsener.
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